Rosario Morejón Sabio-El Correo

  • Si Trump sale de la negociación, Ucrania quedaría en situación muy precaria

La diplomacia se ha impuesto a meses de violentas negociaciones: Washington y Kiev concluyen «un consorcio económico» para la explotación de los recursos naturales ucranianos. El 30 de abril, Julia Svyrydenko, ministra de Economía, y Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, sellaban un acuerdo intergubernamental para resarcir la ayuda militar y financiera de EE UU en el país centroeuropeo destrozado por la guerra desde la invasión rusa de 2022. Según Bessent, «este acuerdo indica a Rusia que la Administración Trump se compromete con un proceso de paz centrado en una Ucrania libre, soberana y próspera para largo plazo». Términos desconocidos en boca del presidente norteamericano pero que alientan un futuro mejor, aunque el documento firmado no mencione las garantías de seguridad exigidas por el presidente Zelenski.

El pacto, acogido con prudencia entre los políticos y expertos ucranianos, se aleja de las versiones precedentes que escandalizaron a la población. Aprobado ya por el Parlamento, permite decir a Zelenski que «la alianza es equitativa y crea significativas oportunidades de inversión en Ucrania». Político reacio a cualquier halago hacia Trump, reconoce que lo pactado podría haber sido peor.

El ‘mal menor’ en cuestión establece la creación de un fondo de inversiones y de reconstrucción a partes iguales entre los dos países, centrado especialmente en los proyectos de explotación de los minerales del subsuelo ucraniano así como el petróleo y el gas. La idea original de esta implicación estadounidense -comercial y política- fue lanzada por Zelenski en septiembre pasado. La llegada de Trump a la Casa Blanca rebaja los fines de pacificación de la propuesta para exacerbar la defensa del contribuyente estadounidense hasta el grado de extorsión del ‘deudor’. De modo arbitrario, el republicano fijó en 350.000 millones de dólares el montante aportado por EE UU en el conflicto ruso-ucraniano. La cantidad real es tres veces inferior. Enmiendas y contra-propuestas de juristas internacionales han permitido reorientar la obligación ucraniana de pagar por la ‘subvención de la guerra’. Nada exige la Administración de Trump a los causantes de la devastación de Ucrania.

Los delegados ucranianos sí piensan en los agresores de su país. Bessent asienta en el comunicado final: «Ningún Estado, ninguna persona que haya financiado o alimentado la máquina de la guerra rusa estará autorizada a beneficiarse de la reconstrucción de Ucrania». Las partes resaltan la voluntad compartida de «hacer operativo lo antes posible» el acuerdo suscrito. Una manera de reconocer que se han fijado las grandes líneas, que requieren inmediatas concreciones porque son muchas las incertidumbres. Bessent entiende que la continuación del conflicto armado reduciría la asociación a una ambición de papel.

Si el acuerdo representa una fuente de ganancias para EE UU, también, dadas las amenazas de abandono por parte de Trump, introduce cierta seguridad política y psicológica para el presidente estadounidense; tranquiliza a los MAGA.

Cerrado el trato económico, si Washington se retirase de una negociación de paz, Ucrania quedaría en una terrible precariedad. Ante las distintas negativas del presidente ruso para concretar un alto el fuego, Trump nunca ha estado dispuesto a suministrar armas. Prefiere aumentar las sanciones financieras, debilitar los beneficios energéticos rusos, pero dotar de sistemas de defensa antiaérea reclamados por Zelenski para proteger a los civiles de los misiles rusos es caro. El contribuyente norteamericano tiene preferencia.

Trump ha acusado con regularidad a Ucrania de haber iniciado la guerra que la devasta. Recientemente dijo también que «Crimea será rusa», tanto más cuando «fue Barack Hussein Obama quien hizo ese regalo a Rusia». Documentos recientemente desclasificados están permitiendo al golfista de Mar-a-Lago construir un relato sobre la anexión de Crimea en febrero de 2014 por parte de Putin muy beneficioso para ambos.

Serhii Plokhy, en ‘La guerra ruso-ucraniana’ (2023, Gallimard), amplía el contexto. Citando al jefe de los servicios de seguridad ucranianos y los servicios de información estadounidense y alemán, Plokhy explica que «Moscú utilizaría cualquier resistencia a la apropiación de la península como pretexto para lanzar una invasión a gran escala de Ucrania». En 2014, los occidentales erraron: el mensaje transmitido por Washington y Berlín fue de no resistirse al agresor ruso en Crimea. Débiles en su reacción, alimentaron los proyectos expansionistas del presidente ruso.

En 2025 llevamos más de tres años de otra invasión; Trump no resuelve en 24 horas. Los occidentales harían bien en afianzar sus soberanías sin Washington y sin desestimar el imperialismo de Moscú.