- Si ya la inhibición de los barones posibilitó el retorno de Sánchez a Ferraz, al no expulsarlo como merecía su intento de pucherazo en aquel tumultuoso comité federal, habrá que ver si las nubes de los WhatsApp tornan en tormenta o no
Aunque toda prudencia es poca, y aún es pronto para saber lo que dará de sí el movimiento sísmico originado por los WhatsApp de alto voltaje entre Pedro Sánchez y quien fuera su mano derecha en el Gobierno y en el PSOE hasta julio de 2021, pero con el que se paseaba en mayo de 2023 por los jardines de La Moncloa, según ha revelado El Debate, es palmario que el sanchismo asiste a una descomposición análoga a la que acompaña al ocaso de todo régimen. Aunque las causas latentes del declive difícilmente se descubren hasta que el montaje se desploma por el peso de los desmanes, como explica Edward Gibbon en Decadencia y caída del imperio romano, el derrumbe acontece al desdeñar que la fortaleza de las naciones estriba en la virtud de sus gobernantes y gobernados. Sin ella, se franquea la puerta al autoritarismo y a la arbitrariedad de los Césares arrastrando a la libertad y al bienestar.
Ahora bien, parafraseando el discurso de Churchill tras la victoria en la Batalla de El Alamein, está por ver si es el final o el principio del final, o tal vez el final del principio. Aquel experimentado estadista opinaba que, aunque costara sangre, sudor y lágrimas derrotar a un enemigo externo, era más llevadero que contender con correligionarios humillados como a quienes ha vilipendiado Sánchez cual Calígula al que no le importa ser odiado, mientras le teman. Ya el premier británico, al acercársele un cantamisano para transmitirle su dicha por compartir bancada frente a «nuestros enemigos laboristas», Churchill le previno: «No se confunda. Son nuestros adversarios. Nuestros enemigos se sientan detrás».
Por eso, la primicia de El Mundo sobre los WhatsApp de Sánchez con el hoy encausado Ábalos tiene aroma de fin de ciclo porque al inquilino de la Moncloa se le ha declarado esta vez el incendio en la cocina. Justo cuando los jueces cercan su despacho investigando la corrupción familiar y de partido. Tras tildar a su ministra de Defensa, Margarita Robles, de «pájara» que se acuesta con uniforme, de ordenar a su lugarteniente que marque a Page para que «deje de tocar los cojones», a Vara de que se olvide del ombligo, como si él hiciese otra cosa, de que amoneste al «petardo» de Lambán, amén de festejar que Susana Díaz esté «jodida» o rezongar que González es «pura amargura», Sánchez no sólo se retrata como un psicópata, sino que aviva el fuego amigo contra aquellos a los que achaca «complejos de pobre» por no divinizarlo como a Calígula.
A diferencia de otras crisis, esta vez no puede usar sus argucias contra los rivales o buscar un cabeza de turco. Evidencia su maltrato de «puto amo» contra aquellos a los que relega a la sumisión de esclavos morales. Habrá que aguardar, no obstante, si ello quiebra la omertá de organización mafiosa en las que los subordinados callan y acatan órdenes para no cavar su tumba, aunque sepulten dignidad y honra.
Las confidencias de Sánchez y Ábalos evocan el tranco de «El diablo cojuelo» en el que Asmodeo, un demonio burlón, agradece a Don Cleophas, un estudiante granuja que se esconde en la buhardilla de un astrólogo, que le libere de la retorta y que, como reconocimiento, se lo lleva a sobrevolar las casas sin techo para mostrarle los secretos de las vidas privadas de sus habitantes. Como los WhatsApp, no sorprende lo observado, pero tiene un efecto demoledor de refrendar a ojos vista la jauría en la que Sánchez ha convertido el PSOE.
Además, al salir también librado Ábalos de los WhatsApp, se siembran dudas sobre el auténtico leitmotiv de la ruptura de Sánchez con aquel al que le conservó el escaño. Estando éste al tanto de las fechorías de Ábalos y éste de las suyas, pareciera obedecer a un conflicto de intereses. Al recobrar el contacto el propio Sánchez para comunicarle que le echa de menos y aceptar el ofrecimiento de Ábalos de recabar apoyos para su última investidura, como en 2018, tal vez no sea nada personal, sino negocios, como en «El Padrino», donde el joven Corleone mantiene cerca a sus amigos, pero todavía más a sus enemigos.
Conviene no echar en saco roto la manera con la que Ábalos capeó la tormenta de enero de 2020 tras su cita clandestina en Barajas con la vicepresidenta de la narcodictadura venezolana, Delcy Rodríguez, quien tenía prohibida su entrada. «Otros quizá estén en la política de paso. Yo vine para quedarme y no me echa nadie», proclamó y, tras visitar zonas de Castellón afectadas por un temporal, Sánchez saltó del helicóptero para darle «todo mi respaldo y aprecio en lo político y en lo personal». Ello retrotraía al «dos al precio de uno» de 1990 de González con Guerra. Como escribió Quevedo, lo llenó de promesas como a los santos en la tempestad y, al amainar el temporal, de lo dicho, nada.
Empero, tanto ha ido el cántaro a la fuente que puede haberse roto. Si ya la inhibición de los barones posibilitó el retorno de Sánchez a Ferraz, al no expulsarlo como merecía su intento de pucherazo en aquel tumultuoso comité federal, habrá que ver si las nubes de los WhatsApp tornan en tormenta o no. Ello no es fácil al gozar Sánchez de un doble asidero: en el Gobierno, el separatismo; en el partido, el PSC, siendo rehén y garantía de sus bicocas.
Ello hace improbable que el PSOE emule lo acaecido en Canadá. A falta de seis meses para las elecciones, todas las encuestas daban por vencedor al conservador Pierre Poilievre frente a Justin Trudeau, quien porfiaba por reelegirse primer ministro luego de una década en el cargo. Sin embargo, los liberales forzaron su dimisión en favor de Mark Carney, un aristocrático economista, como jefe provisional de Gobierno y aspirante oficial. Este trueque los reflotó y luego la amenaza de Trump de adueñarse del país insufló aire a su velamen.
Remontando treinta puntos en los sondeos, Carney cosechó un éxito contundente contra un favorito que ni siquiera mantuvo su escaño por no despegarse de Trump. Con gran pragmatismo, Carney le arrebató sus propuestas insignia a un Poilievre que mutó en estatua de sal mirando a Trump. Sin embargo, ante la pepitoria de WhatsApp, Sánchez procurará marchar por la calle de la ira pisando víctimas.