- Fueron los subordinados mismos quienes pusieron las condiciones para ser tratados así. Vivían del sueldo que ser incluidos en la lista del Jefe les garantizaba. No tenían más que lamer sus botas. O perder el condumio. Así de dura es la vida
«Lo quiero como a un hijo…» El lector de novela negra sabe ya lo que va a venir después de eso. Aunque ni siquiera conozca el nombre de Dashiell Hammett. La declaración de amor es hecha por un gánster gordo y poderoso: decir que sin escrúpulos sería redundante. Su interlocutor, el hastiado detective Sam Spade: junto al Marlowe de Chandler, el más noblemente apaleado de los antihéroes del género. ¿El objeto del paterno amor del capo? Un tal Wilmer, matoncillo de tercera que le oficia de killer. ¿La trama? El robo de una figurilla de ave predadora, que hicieron cincelar en oro y diamantes los caballeros de Malta como ofrenda regia. Su valor es incalculable. Spade acaba de pedir al gánster gordo la cabeza de su zarrapastroso asesinito a sueldo. A cambio de eso, lo dejará escapar con el suntuoso botín. Ahora sí, podemos completar la sabia reflexión del capo Gutman: «Créeme, Wilmer, que siento perderte, y quiero que sepas que no te tendría más cariño si fueras hijo mío… Pero, compréndelo, si se pierde un hijo, siempre es posible tener otro; halcón maltés, sólo hay uno». Ante el matoncillo se abre el camino del trullo.
Pedro Sánchez cita a José Luis Ábalos en la Moncloa. Es ya mayo de 2023 y las cosas se han ido volviendo muy difíciles para el coleccionista de asistentas afectivas con cargo al presupuesto público. Fantaseo el momento en el que el Doctor Sánchez hace su regalo de despedida al más que hijo al que a tanto amó cuando oficiaba su virtuosismo navajero contra enemigos y amigos: un didáctico ejemplar, bellamente encuadernado, de la despiadada novela de Dashiell Hammett. Porque la Moncloa vale, por lo menos, tanto como aquel legendario halcón en oro y diamantes de los caballeros de Malta.
El cruce de mensajes electrónicos entre amo y siervo, con el que se nos deleita en estos días, es demoledor. Y debo confesar que a mí no me sorprende que eso sea lo que el jefe de la banda y su más inmediato consigliere pensasen de sus subordinados. En realidad, fueron los subordinados mismos quienes pusieron las condiciones para ser tratados así. Vivían del sueldo que ser incluidos en la lista del Jefe les garantizaba. No tenían más que lamer sus botas. O perder el condumio. Así de dura es la vida. Me asombra, sí, otra cosa: la absoluta imprudencia con la cual ponen por escrito ambos las mayores obscenidades morales en las que pueda incurrir un político. Sólo una absoluta falta de profesionalidad puede llevar a un gánster a dejar huella documental de sus aberraciones. Los políticos españoles han actuado siempre con una ausencia de cautela que es el sello de su entidad, más aún intelectiva que moral. Eso hizo caer al GAL de los años de González. Y, si el sutil presidente se libró del presidio entonces, fue porque el tosco Barrionuevo aceptó humildemente cargar con el papel de Wilmer. Puede que Sánchez esté esperando eso mismo de José Luis Ábalos. Y puede que no sea esta vez tan seguro que la perruna fidelidad se repita.
¿En qué momento la política española se trocó en gansterismo? Es hoy la única pregunta que a mí me interesa. Sé que «izquierda» y «derecha» hace mucho que dejaron de ser palabras que significaran nada. Perder el tiempo demarcándolas se me hace una tonta pérdida de tiempo. Sí es fascinante buscar la tenue raya que separa a los posibles delincuentes de los delincuentes manifiestos. No es motivo, desde luego, para moverme a votar mejor a unos que a otros. Pero permite, al menos, esbozar una mínima frontera entre los sinvergüenzas y los delincuentes. Ya es algo. Tal vez, mucho.
Postdata con espóiler: Al final de la novela, Spade entrega a su amada –y asesina– Brigid a la Policía. «Lo más probable es que escapes con cadena perpetua. Eso quiere decir que estarás libre dentro de veinte años. Eres un ángel. Te estaré esperando… Si te ahorcan, te recordaré siempre». Son las cosas del amor. Y el bandidaje.