Diego Carcedo-El Correo
- Se producen apagones eléctricos inexplicados, hay un desastre del buen sistema ferroviario y llega el descalabro millonario de la programación soez y arrabalera de una televisión pública concebida sólo para la propaganda del Gobierno
Es triste reconocerlo, pero la ilusión con que muchos seguimos la recuperación de las libertades en la transición democrática se ha venido frustrando en esta década. A lo largo de 40 años nuestro país nos proporcionó una estabilidad excepcional hasta el extremo de provocar envidia entre los habitantes de otras dictaduras, como las comunistas del Este o las militares de Latinoamérica, que no conseguían lograr una Constitución y un sistema político y social tan completo como el de España.
Claro que lo bueno suele durar poco y muchos de los que conocimos el franquismo y disfrutamos del sueño del cambio, volvemos de nuevo a sentir la indignación de una marcha atrás que quizás todavía no sea alarmante, pero si empieza a ser preocupante. Ahora la imagen de España es la de un país caótico donde se producen apagones eléctricos inexplicados, un desastre del buen sistema ferroviario que habían logrado modernizar los gobiernos anteriores o el descalabro millonario de la programación soez y arrabalera de una televisión pública concebida solo para la propaganda del Gobierno.
La ambición de perpetuarse en el cargo del presidente Pedro Sánchez –derrotado de forma reiterada en las urnas y cámaras parlamentarias– hace que para conseguirlo incluso contribuya a la desintegración territorial. Y no es solo dentro de España donde afecta este desastre institucional. La imagen del país fuera se ha deteriorado y la influencia internacional conseguida unas décadas atrás, perdida. Las decisiones impulsivas de consecuencias diplomáticas y económicas, muchas al margen de la OTAN o la Unión Europea, han convertido a España en un miembro imprevisiblemente díscolo y conflictivo. Hay ejemplos constantes de que Sánchez, que promete y miente siempre, ha deteriorado el respeto internacional.
Ante la imposibilidad de conseguir la aprobación de los Presupuestos y la promesa de cumplir la contribución al rearme europeo, tan necesario en las actuales circunstancias, el presidente planteó astutamente que la UE asuma esa inversión con un crédito comunitario, lo cual comprometería a todos los miembros y a él lo pondría a salvo de la oposición entre sus aliados radicales al aumento de la inversión militar. Pero la propuesta enseguida fue rechazada por líderes como Friedrich Merz, el nuevo canciller alemán que lo anunció nada más asumir el cargo.
España ha derrochado la buena imagen internacional –que se conserva gracias a la simpatía que despiertan los Reyes–, mientras la política y la diplomacia se hunden. España ya no cuenta como cuarta potencia europea Estos días Merz, Macron y Tusk, líderes de Alemania, Francia y Polonia, a los que se sumó el británico Starmer, pactaron presionar juntos a Putin para establecer una tregua en la guerra de Ucrania. Con Sánchez ya no se cuenta.