- No tiene sentido quejarse de la política porque esta se limita a responder a los gustos del electorado. Hay telebasura porque tiene demanda y política basura por lo mismo.
«Nos falta una que iba a pasar al Grupo Mixto igual que la otra, pero se echó para atrás. Se está trabajando».
Entre todos los whatsapps intercambiados entre Pedro Sánchez y su fiel escudero José Luis Ábalos, este asunto ha pasado bastante desapercibido. Parece poca cosa entre las menciones al rescate de Air Europa, y francamente poco divertida entre pájaras, petardos y maltratadores (convendría, por cierto, obtener una explicación sobre este último apelativo).
Por eso, estos manejos de Sánchez que ahora salen a la luz no han provocado ni un triste alzamiento de cejas.
Tampoco es que revelen algo de lo que no estuviéramos convencidos, ciertamente, pero ahora podemos verlo claramente. Es como si de repente accediéramos a la imagen en infrarrojos que mostrara el momento en que la persona de quien sospechábamos expele, efectivamente, la ventosidad que ha aportado un olor mefítico al ambiente (les ruego que disculpen la vulgaridad de la imagen, consonante con la situación actual).
Era marzo de 2021, fallecían doscientas personas cada semana por la Covid, y Sánchez maniobraba en la oscuridad para hacerse con tres gobiernos regionales: Madrid, Murcia y Castilla y León.
Las correspondientes mociones de censura requerían, para prosperar, el apoyo de Ciudadanos, que gobernaba con el Partido Popular en esas regiones.
Pero ¿qué sentido tiene participar en una moción de censura contra un gobierno del que uno forma parte? Dejando de lado estas consideraciones filosóficas, los que dirigían Ciudadanos sucumbieron a la tentación de participar en esas irresponsables automociones.
Y la cosa acabó saliendo regular.
En Murcia, Teodoro García Egea, que había sido apresuradamente enviado para «trabajar», consiguió que tres de los diputados de Ciudadanos renunciaran finalmente a apoyar la moción, que fracasó.
En Madrid, Ayuso se adelantó a una eventual moción y convocó elecciones, ante el enfado de Aguado, que sospechaba, con razón, que los madrileños no le iban a otorgar masivamente su confianza. Ahora, ya en el éter, ha escrito un libro que se llama Volando entre halcones. No sé.
Mientras tanto, en el Congreso, un Pablo Casado muy enfadado acusaba a Sánchez de anteponer sus juegos de poder a la gestión pública.
Unos meses más tarde, tentado por Sánchez, él mismo sucumbió a esos mismos juegos. Intentó cargarse a Ayuso y, como Aguado antes que él, fue también proyectado a la estratosfera.
En Castilla y León la cosa no fue exactamente igual. Las relaciones con la dirección de Ciudadanos no eran, por decirlo suavemente, fluidas. Un año antes habíamos apoyado a Paco Igea en unas primarias contra Inés Arrimadas: pretendíamos modificar la organización de un partido que (se había demostrado) impedía la formación de inteligencia colectiva y hacía prosperar a los más dóciles.
Perdimos las primarias, pero la cordialidad no se restableció, y es improbable que si algún día se filtraran las opiniones de Arrimadas sobre nosotros fueran tan educadas como los mensajes de Ábalos (y desde luego no incluirían menciones a Quevedo).
El caso es que Ciudadanos Castilla y León no tenía la menor intención de apoyar la estrafalaria moción de censura que el socialista Luis Tudanca presentó, y por eso Ábalos se enfocó en «trabajar» a un número suficiente de procuradores de las Cortes.
Finalmente, tal y como cuenta en sus mensajes, sólo consiguió convencer a una de ellas, que pasó al grupo mixto y, ante la evidencia del fracaso final de la moción, se abstuvo en la votación.
El resto de los procuradores de Ciudadanos votaron en contra de la moción, y unos meses más tarde Mañueco lo agradeció disolviendo las Cortes y convocando elecciones anticipadas.
¡Qué ingenuidad! ¡Qué tontos éramos!
Este es un comentario habitual entre algunos de los exdiputados que mantenemos contacto. Habíamos acudido a la política con sincera vocación de servicio público, y pensábamos que todos compartían nuestro entusiasmo. No esperábamos la podredumbre que íbamos a encontrar en los partidos, tanto dentro como fuera.
Pero lo realmente sorprendente de la situación actual es que esa basura, ese hedor, está ahora a la vista de todos. Algo ha tenido que cambiar en estos años para que el gusto del electorado se haya embotado de tal manera que ahora es capaz de digerir sin grandes aspavientos la bochornosa realidad. Cuesta asimilarlo.
Se puede entender a las «pájaras» que omiten su dignidad para preservar el puesto y el sueldo, o a los que apartan sus convicciones cuando son convenientemente «trabajados».
Pero ¿qué lleva al votante, que no obtiene un beneficio directo, a contemplar impasible esta cochambre?
¿Qué afán de hooligan lo induce a regocijarse en el espectáculo de su partido revolcándose en barro?
En fin, no tiene sentido quejarse de la política porque esta se limita a responder a los gustos del electorado. Hay telebasura porque tiene demanda y política basura por lo mismo.
Así que, si el espectáculo no le gusta, cambie de canal. No vote a quien no se lo merezca.