Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Los que dicen que el rescate es normal, ¿pueden explicarnos por qué entonces era necesaria la participación de la mujer de Sánchez?

Rescatar una línea aérea no es una operación sospechosa, como tampoco un banco: aunque a veces duela y en no pocas ocasiones suscite iracundos brotes de demagogia, los perjuicios de dejar caer a esos sectores son superiores a los esfuerzos por salvarlas.

En ese sentido, parece razonable que un presidente frecuentemente concentrado en el enfrentamiento inútil y la cosmética política se preocupe personalmente por las cuestiones relevantes: es más saludable ver a Sánchez preocupado por Air Europa o la legislación a favor de los «okupas» promovida por Podemos (y asumida ya trágicamente por el PSOE) que entregado al guerracivilismo antifranquista, la crispación de la sociedad española o la sumisión obscena ante el separatismo.

El problema no es, pues, que Sánchez se interese por algo de su incumbencia, sino la sospecha de que lo hace en unas condiciones dudosas y por unas razones deplorables. Porque cinco días antes de que se aprobara la operación, según el testimonio de Aldama recogido por la UCO, el jefe de la compañía se comunicó con Begoña Gómez para, supuestamente, acelerar las gestiones y que le llegara su inquietud al presidente del Gobierno.

Y porque la operación en cuestión se hizo en tiempo récord, por más importe del previsto, con la participación del intermediario Víctor de Aldama y tras una larga relación comercial entre Globalia y la esposa del presidente, que incluye encuentros personales y viajes al extranjero.

Ni quienes intentan normalizar el rescate de Air Europa, mediante un crédito a devolver y no un regalito a costa del contribuyente, son capaces de responder a estas alturas a la gran pregunta sin respuesta del momento: si todo era tan rutinario e impecable, ¿qué pintaba allí la mujer de Pedro Sánchez?

La imprudencia de Begoña Gómez y de su marido no es discutible: hasta un niño de cinco años conoce el aforismo sobre la mujer del César, que además de ser decente debe parecerlo, y en ninguna democracia presentable se toleraría que la pareja del primer ministro se dedicara, como pasatiempo o negocio, a nada que estuviera mínimamente relacionado con las competencias y decisiones de su media naranja.

La mera aparición de Begoña en cátedras universitarias, acuerdos empresariales con adjudicatarios de contratos, eventos relacionados con la captación de fondos públicos o multinacionales dependientes de la regulación o las ayudas del Gobierno es un escándalo ético y estético que se llevaría por delante a cualquier presidente en cualquier país europeo, sin excusas ni excepciones.

Pero si además ha habido beneficio económico, y en el caso de Air Europa ya lo hubo con el patrocinio a la cátedra de una de sus filiales, al bochorno estrictamente escénico se le añaden las sombras de la corrupción, agravadas por el parque temático de los escándalos que rodea a Pedro Sánchez con incontables atracciones en varios frentes y parecidos protagonistas en todos ellos, como ocurre en las tramas bien engrasadas con el poder.

El marco global de Sánchez no puede ser más tétrico, entre los problemas políticos de primera línea y los judiciales de envergadura sin precedentes, y parecen responder a eso que la sabiduría popular llama «justicia poética»: cuanto más escandaloso es el asalto al poder y más tropelías se perpetran para mantenerlo, más estrepitosa es la caída y mayor es la factura acumulada.

El líder del PSOE llegó al Gobierno con trampas insoportables, pero va camino de salir con heridas personales de una gravedad desconocida. Y se lo está ganando a pulso.