Gabriel Albiac-El Debate
  • Ante el espejo, cada mañana, José Luis Ábalos ve el rostro de Luis Roldán. Y es que, de verdad, se dan un aire de fraternidad los rostros de Roldán y Ábalos. Como se daban un aire sus retóricas de patán populista

Ante el espejo, ¿qué ve cada mañana José Luis Ábalos? Dice él que a un «mono de feria», payaso de las bofetadas al cual todos atizan: amigos con más saña que enemigos, porque no hay amigo en una banda de apoyos mutuos que no aspire, por encima de todo, a salvar lo suyo. Al coste que sea; siempre que ese coste lo pague otro. Amigo, más y mejor que enemigo, porque así parece más convincente el necesario estupor fingido ante el canalla que «nos engañó a todos». Todo ladrón pillado in fraganti debe gritar «¡al ladrón!», apuntando con el dedo hacia delante. Está en los manuales básicos del perfecto político.

Creamos en la sinceridad del colocador de la pléyade de Yésicas, cuando se ve a sí mismo como un «mono de feria» con el cual andan jugando los camaradas de juergas de los tiempos menos crueles; esos mismos ahora empeñados en hacerle diana de su ferial pimpampum. Pero un mono de tiro al blanco gana mucho si alguien se toma el cuidado de ponerle una careta reconocible. Entre cómica y trágica. Mejor, si ambas cosas. El «ridi, pagliaccio!» («¡ríe, payaso!») de la ópera de Leon Cavallo, para ser de verdad divertido, exige que aquel al cual vemos hundirse sin remedio en el estiércol tenga nombre y apellido. Y rostro. De preferencia, rostro feo y avejentado de paleto burlado en los pasillos de palacio. De cualquier palacio. También del de la Moncloa.

En reportaje de The Objective y en vídeo de YouTube, me extasío ante el diálogo de los dos camareros que atendieron al entonces todopoderoso ministro de Pedro Sánchez. Parador de Sigüenza. Mayo de 2021:

«… Se les dejó una zona más privada y luego se subieron a la habitación de Ábalos a continuar con las copas… Vino con cuatro escoltas y yo vi a dos o tres mujeres más… Yo subo al día siguiente porque me avisa el departamento de pisos de que hay una avería. Me encuentro con restos de una copa o algo, era más bien vino, el mando roto de la televisión y la lamparita de la tulipa tirada y rota…» «¿Había restos de cocaína?», pregunta el entrevistador. «Sí, latigazos había, sí… Es más, a la chica que estaba limpiando le dije: ‘Ponte unos guantes que hay restos’… En la 210, que subí yo a arreglar lo del vaso que estaba por ahí roto, el mando de la tele… ¿Te acuerdas?…», «Sí…» «¿Te acuerdas que te dije ‘ponte guantes’, que estaba toda la mesa llena de cocaína?» «Sí».

Se acuerda. Por supuesto. ¿Quién podría no acordarse de la juerga prostibularia de un señor ministro, reforzada –porque la edad no perdona– con el indispensable apoyo químico? ¿Mienten los camareros? Pues ya está esperando mucho el exministro que ocupaba la habitación «contaminada» para llevar a los tribunales a sus difamadores. ¿Mientras tanto…?

Mientras tanto, los de mi edad verán dispararse sus recuerdos a un pasado que el PSOE de toda la vida quisiera borrar. Mas no se borra lo que fue. Ni siquiera un Dios omnipotente puede hacer eso, enseñaban los Padres de la Iglesia.

Año 1994. Mayo. La entonces popularísima revista «Interviú» publica el más escandaloso reportaje fotográfico de la historia periodística española. Da minuciosa cuenta de una orgía. Tipos barrigudos y malcarados: lo más común. Damas en actitud profesional poco dudosa. Botellas y vasos a medio apurar por todas partes. Mugre reciente. Polvos blancos sobre cada mesa. A puñados. En cantidades industriales. Las señoras son vulgares. Los señores horrendos. Su desnudez ofende, no a la moral; a la estética. El que parece ejercer de maestro de ceremonia es particularmente gordo y sórdido. Además de eso, es Director General de la Guardia Civil. Se ha zampado, además de –es de suponer– el excedente de los blancos polvos que quedan abandonados sobre la mesa, la nada despreciable suma del fondo de huérfanos de la Guardia Civil. Se llama Luis Roldán: modélico militante, venido del humilde pueblo para llegar a las más altas celebraciones del socialismo en los años del aún más modélico Felipe González.

Ante el espejo, cada mañana, José Luis Ábalos ve el rostro de Luis Roldán.

Y es que, de verdad, se dan un aire de fraternidad los rostros de Roldán y Ábalos. Como se daban un aire sus retóricas de patán populista. Los hermana ahora la declaración de los camareros del Parador de Sigüenza, que, muy sensatamente, optaron por usar guantes de látex para limpiar los restos del exquisito festejo del ministro de transportes en la primavera de 1921. Nunca se sabe.

Ábalos sabe que existe un precedente de lo suyo. Que ese precedente se llama Luis Roldán. Y sabe cómo escurrió el bulto Felipe González ante sus responsabilidades: metiéndolo en presidio. ¿Podrá el ex brazo derecho de Sánchez evitar un destino paralelo? La respuesta se apunta en las primeras filtraciones que Ábalos ha comenzado a dejar caer. WhatsApp. Las órdenes vinieron «del Jefe». El aviso del presunto delincuente es inequívoco: «si caigo yo, caerá el de arriba»: Él. Ábalos no quiere ser Roldán. El duelo ha comenzado.