Ignacio Camacho-ABC

  • El sanchismo no es una corriente ni un estilo. Es un método de poder extractivo al servicio del medro personal y político

EL sanchismo durará lo que quieran unos votantes de sólida disciplina y conciencia perezosa, pero ya no podrá desprenderse del efluvio de corrupción política, moral y económica que aflora desde su trastienda sórdida. El Gobierno que irrumpió para acabar con la venalidad está atrapado en ella y proyecta una turbia sombra de mordidas, ayudas sospechosas, tráfico de influencias y de favores, cátedras ‘digitales’ gestionadas en los despachos de La Moncloa, enchufes familiares y juergas prostibularias con crujidos de camas rotas. Si sobrevive a esa tormenta de escándalos es gracias al silencio cómplice de unos socios dispuestos a exprimir hasta el fondo su complicidad encubridora: sediciosos amnistiados, exterroristas sin arrepentir, revolucionarios reconvertidos al confortable aburguesamiento de las poltronas. Lo mejor de cada casa, un racimo de oportunistas y delincuentes aupados a la plataforma del poder por una impostura de afinidad ideológica.

El proyecto de medro personal mediante un asalto al Estado –el temido Pablo Iglesias no era al respecto más que un pobre párvulo– latía desde el principio en el núcleo fundacional que usó las primarias socialistas para proyectarse al liderazgo. Tres de los cuatro pasajeros del Peugeot donde Pedro Sánchez recorrió España en busca de respaldo están bajo la lupa de la justicia y acaso sea cuestión de tiempo que el cuarto –un «insensato sin escrúpulos» según la definición que le acabó costando el puesto de director de ‘El País’ a Antonio Caño– llegue a estarlo. La filtración de los mensajes privados entre el presidente y Ábalos carece por ahora de relevancia penal pero demuestra un vínculo de intimidad bastante más profundo que el del simple alineamiento partidario. Rubalcaba, González, Susana Díaz y tantos otros conocían el paño porque lo habían fabricado: sabían de lo que era capaz alguien que intentó evitar su destitución mediante un pucherazo.

El sanchismo no es una corriente, ni un estilo. Se trata de un método de ascenso individual nacido del instinto de revancha y basado en un concepto de las instituciones como filón extractivo, como una veta de recursos casi infinitos disponibles en provecho de parientes, aliados y amigos. El sectarismo es sólo la cobertura de una trama de intereses agrupados en una sociedad de mutuos beneficios, y el Gobierno la estructura de apoyo –Sánchez S.A.– constituida a su servicio para proporcionarle asistencia, recursos y patrocinios a través de su gigantesco aparato administrativo, subvencional, jurídico y legislativo. Por eso resiste embates de todo tipo, enrocado en el bloque de socorro recíproco que ha construido con la extrema izquierda y los separatismos en régimen de condominio, y por eso nadie ha descifrado aún la manera de combatirlo. Sencillamente porque nuestra democracia no había previsto el éxito de un modelo incompatible con el juego limpio.