- Se ha llevado él todos los golpes mientras su viejo colega se iba de rositas, y se huele que va a ir al trullo mientras el otro se lo queda todo. ¿Cómo no va a filtrar?
El Gobierno y la cúpula del PSOE han sabido desde el principio que el filtrador de mensajes entre la añorada pareja de humoristas «Sánchez y Ábalos» era el componente caído del dúo. Suele ocurrir con esta fórmula que, aun alcanzando ambos similar calidad de interpretación y los mismos efectos hilarantes en el principio de sus carreras, poco a poco va destacando uno de los dos, el que mejor aprovecha los ‘pies’ que le da su compañero, el que tiene más gracia cuando hay que soltar ‘morcillas’ para salir del paso, el que es capaz de elaborar las frases más absurdas manteniendo el rostro serio mientras el público se parte el pecho. Sucede que, de repente, el que se creía al mismo nivel, acaso ligeramente por debajo, pero en todo caso imprescindible para el espectáculo, ve cómo se prescinde de él. Los diálogos se convierte en monólogos y los tipos de la pasta lo olvidan.
Por amistad, el triunfador hizo aparecer a su antiguo compañero en varios sketches, y aunque los mayores fans lo celebraran, ni uno solo lo echó en falta cuando el postergado desapareció del espectáculo. No es extraño que una sensación de profunda injusticia invadiera el ánimo de la vieja gloria arrinconada. Podemos imaginarlo solo en su casa, frente al televisor, torturándose mientras sigue con morbo el especial de fin de año de su antiguo igual. Adivinamos cómo se hiere, susurrando para sí mismo: «Esa frase es mía»; «le dije que la imitación de Suárez no le sale, que la deje»; «venga, otro encogimiento de hombros». Tiene que ser duro. Justo antes de que Sánchez obtuviera el poder que aún conserva, y siendo ya obvio quién había descollado y quién sería, en el mejor de los casos, un segundón, Sánchez le cedió a Ábalos —su amigo, su cómplice— el protagonismo en una ocasión muy especial: el discurso de la moción de censura contra Rajoy.
Estuvo sembrado. Llorabas de risa cuando invocaba el «código ético del PSOE» y afirmaba que «la decencia debe ser algo esencial, no accesorio». Cuando pronunciaba muy digno y solemne «patriotismo» y «ejemplaridad». O cuando esgrimió como signo de distinción del PSOE que «algunos dejan la vida política, otros se aferran a ella». Pocos números han sido más recordados. Quizá el de Encarna y la empanadilla. Como los buenos vinos, el discurso de la moción de censura va ganando con el tiempo, revelando en cada visionado nuevos sentidos, inesperados matices, asombrosos subtextos. Inolvidable. Ábalos se lo cobró en dietas, en grandes noches por los paradores nacionales, en caros noviazgos múltiples. Y luego, un día, de repente, pese a haber aconsejado a Sánchez la noche antes sobre quién sacar del gabinete en una crisis de Gobierno, comprobó que su nombre no aparecía en la lista del nuevo ejecutivo. Se ha llevado él todos los golpes mientras su viejo colega se iba de rositas, y se huele que va a ir al trullo mientras el otro se lo queda todo. ¿Cómo no va a filtrar?