Rafael Aguirre-El Correo

  • La Iglesia católica, con la orientación que le imprimió Francisco, es el mayor adversario ideológico del poder trumpista. De ahí la elección de León XIV

La primera visita de Trump ha sido a los jeques del Golfo y acaba de manifestar que quiere entrevistarse con el nuevo Papa León XIV. Está utilizando políticamente el cristianismo como no lo ha hecho ninguno de sus predecesores. Hemos visto a Trump sentado en su mesa en el Despacho Oval, recogido en oración y rodeado de colaboradores silenciosos y en pie. Ha celebrado en la misma Casa Blanca los ritos de la Semana Santa, presididos por él, que se considera «cristiano sin adscripción confesional». Un bastión fundamental de su base electoral son los ‘evangélicos’, cristianos del ámbito protestante, caracterizados por el fundamentalismo bíblico, el afán proselitista y el conservadurismo social. Apoyan decididamente la política antiinmigración de Trump, clave para garantizar la seguridad y el carácter cristiano de América. Sin embargo, y no por casualidad, los dos puestos más importantes de la Administración están ocupados por católicos integristas: el vicepresidente, J. D. Vance, y el secretario de Estado, Marco Rubio.

El hecho de que Trump haya tenido más de 70 millones de votantes es un claro indicio de la profunda y grave división que atraviesa a Estados Unidos. La estrategia trumpista pasa por la polarización de la sociedad. El populismo, con el desprestigio de las instituciones, favorece los poderes personalistas y antidemocráticos. Ha quebrado lo que se llamaba ‘Religión Civil Americana’, una serie de símbolos, valores y actitudes que todos los ciudadanos compartían. En esta ‘Religión Civil’ el presidente jugaba un papel importante porque, fuese de un partido o de otro, era presidente de todos, no denigraba a sus predecesores y no ejercía de candidato permanente.

Trump ha hecho saltar por los aires los consensos básicos, ha roto la ‘Religión Civil’, se ha ido a un extremo y echa mano de la religión cristiana para legitimar políticamente su postura. Los ‘evangélicos’ son trumpistas de forma unánime, pero entre los católicos la situación es muy distinta. Propiamente no hay una ‘iglesia evangélica’, sino una multitud de grupos diversos, desde capillas de barrio hasta megaiglesias con millones de seguidores, mientras que la Iglesia católica tiene una estabilidad institucional. Los católicos son el 20% de la población, unos 60 millones con una influencia social notablemente superior. Pero la polarización que ha provocado el trumpismo en la sociedad norteamericana ha penetrado también en la Iglesia católica, que está profundamente dividida y con peligro real de ruptura.

Hay un importante sector integrista, renuente ante el Vaticano II y enemigo declarado del Papa Francisco. Una parte notable del episcopado se coloca en este sector integrista. No es posible hablar de otros graves problemas que aquejan a esta Iglesia, pero creo que el mencionado, casi siempre ignorado, es el más decisivo políticamente.

El trumpismo lo que busca es establecer una alianza entre los evangélicos fundamentalistas y los católicos integristas. Dentro de esta operación se sitúa el papel que juegan Vance y Rubio. La Iglesia católica, con la orientación que le ha imprimido Francisco, con su doctrina social, con la denuncia de «una economía que mata», con la defensa de la «casa común», es en nuestros días el mayor adversario ideológico del poder trumpista.

Este planteamiento creo que ayuda a entender la elección de Robert Francis Prevost, estadounidense y peruano, como Papa. En mi opinión era una elección muy bien pensada y preparada por el amplio sector que aboga por continuar la herencia de Francisco, no fue un candidato de compromiso a última hora, ni el mero desenlace de una pugna de poder. Un factor decisivo de su elección es su especial cualificación para intervenir en la delicada situación que atraviesa la Iglesia norteamericana. Es muy significativo que su lema episcopal recoja unas palabras de San Agustín: «In illo uno Unum», que podríamos traducir un poco libremente: «En Cristo (in illo) se basa nuestra unidad». Robert Prevost está especialmente bien dotado para gestionar la grave división y polarización de la Iglesia católica en EE UU, lo que es el mejor aval de su función como Papa, ser referencia de unidad de toda la Iglesia católica.

La ultraderecha europea en auge, asesorada por Steve Bannon, el primer estratega de Trump, dice defender la identidad cristiana de los países europeos con su política xenófoba, antislámica y reaccionaria. Esto supone falsificar radicalmente el mensaje cristiano y combatir, desde dentro, el proyecto europeo que tan poco gusta a Trump, su aliado y amigo.