Juan Van-Halen-El Debate
  • Los miembros del Gobierno, del presidente al último ministro, no contestan a las preguntas de la oposición, al contrario: se atreven a repreguntar, anomalía que consiente desde su parcialidad la presidente de la Cámara. El Gobierno pretende controlar a la oposición. El mundo al revés

La propaganda es artículo de primera necesidad para el Gobierno. Ha multiplicado su presupuesto y los anuncios gubernamentales en los medios, singularmente en las televisiones, son numerosos y generalmente incluyen mensajes ideológicos disfrazados. Creerlos resultaría tan anómalo como creer a Sánchez. Un ejemplo es el que proclama: «Nuestros valores no están en venta» en una publicidad gubernamental sobre productos españoles. Con lo que está cayendo, afirmar que nuestros valores no están en venta supone otra burla a los españoles. ¿Qué valores le quedan a Sánchez por vender a sus socios comunistas, exetarras e independentistas o a Marruecos? Ha vendido hasta la dignidad nacional.

Hace algún tiempo me fustigo con el seguimiento a distancia de los Plenos del Congreso que poco tienen que ver con los que conocí en mi tan amplia como lejana experiencia parlamentaria. Los miembros del Gobierno, del presidente al último ministro, no contestan a las preguntas de la oposición, al contrario: se atreven a repreguntar, anomalía que consiente desde su parcialidad la presidente de la Cámara. El Gobierno pretende controlar a la oposición. El mundo al revés en esta España de charanga y pandereta. En el último Pleno, sin contestar a la pregunta de Feijóo, Sánchez se refirió al próximo Congreso del PP, entre risas, insultos y zarandajas varias. Sánchez aseguró que ganaría las próximas elecciones. Él sabrá cómo. Y mintió. Acusó al PP de carecer de propuestas. Son numerosas las que Moncloa ni siquiera contestó, y también sus programáticas iniciativas parlamentaras. Feijóo, al final, exigió a Sánchez su dimisión y el adelanto electoral; petición inútil, manida hasta el cansancio.

Feijóo tiene mucho que cavilar ante el Congreso de su partido. Enfrentarse en profundidad a los fallos de estrategia. Resolver cambios, a mi juicio profundos, en sus equipos más próximos; buscar caras nuevas. Afrontar un rearme ideológico. Comprometerse a derogar las dañinas leyes ideológicas. Liberarse, desde la habilidad gallega que se le supone, de tutelas autonómicas; las autonomías deben centrarse en lo suyo, no convertirse en algo así como socios de cuota; supone debilidad. No tener las manos atadas, ni siquiera que lo parezca. Tomarse en serio la comunicación exterior y fortalecer la información interna; la opinión de partidos menores se multiplica en los medios, en las redes, en los comentarios a artículos, en las tertulias, en los debates; una hábil presencia estratégica que el PP desatiende. Hay que llegar al ciudadano sin espasmos, pero sin descanso. Inteligente y fríamente.

Millones de ciudadanos creen todavía en el sanchismo, se tragan sus engaños, caen en la trampa del coco «que viene la derecha». No calibran la realidad salvo en lo que tienen ante sus narices y a veces ni eso. Incluso con un Gobierno bajo la mirada y la acción de la Justicia a la que insulta y desprecia, cercado por la corrupción, por los medios a los que desautoriza porque cuentan la verdad, por las empresas amenazadas, por las instituciones más diversas ocupadas o en trance de serlo, por una división de poderes lesionada gravemente, y por la amenaza de un cambio constitucional por la puerta de atrás cuyo objetivo deseado es la Monarquía parlamentaria. Y, al fondo, el Rey, que últimamente ha alzado advertencias para quién no sea sordo; la Corona arbitra, pero, además, tiene un fundamental e ineludible papel constitucional.

Mientras, Rufián, tan acorde con su apellido, pide a Sánchez en el Congreso que impida un supuesto golpe de Estado blando de la derecha. El golpe de Estado, y no precisamente blando, lo dieron en Cataluña sus colegas independentistas que, históricamente, no era el primero que España padecía con ese mismo origen. Pero se desconoce la Historia y hay hasta quien cree la falacia de una Cataluña independiente que nunca existió.

Feijóo hace bien en no apuntarse al mensaje negativo y, aunque Vox no lo entienda, debe buscar votos allá en donde Vox no los conseguiría. Y hacerlo firmemente y acaso desde acuerdos discretos con sus cercanos En un reciente artículo advertí que los voxianos no lo comprenderían, y así fue. Los comentaristas insistieron en lo de siempre: sólo queda Vox. No llegan a entender lo que, enmascarado, favorece a Sánchez. El juego sucio. Vox se creó con intención de suplantar o suceder al PP, pero ese propósito falló. Cumple su papel y debe reconocérsele. Pero cuando el CIS de Tezanos da subida a Vox, al tiempo rebaja al PP y sublima al PSOE. Es un engañabobos más. La amenaza para la Constitución, la Monarquía y la realidad histórica de España es Sánchez, lo que representa, y sus martingalas autocráticas. No debería olvidarse si se quiere evitar el desastre. El enfrentamiento en la oposición es un regalo a la continuidad del sanchismo.

Feijóo tiene su ocasión. Ya se ha visto que ganar elecciones no basta en esta España dormida y en parte comprada. Sánchez, que se libera del lastre de los suyos cuando le conviene, se aliaría con el diablo para seguir en Moncloa. De alguna manera ya lo ha hecho. España no le preocupa; sólo se interesa a sí mismo, y más en una situación personalmente tan delicada como la suya. Cuando Feijóo sea Feijóo, sin ataduras ni hipotecas, sin herencias envenenadas del inmediato pasado de su partido, con un equipo válido y propio, se afianzará la alternativa. Julio es la fecha y no debe aplazarse. Su responsabilidad es vital. Mientras, Sánchez y Montero que se carcajeen en sus escaños. Qué más da. Es una risa nerviosa.