- Efectivamente, Israel está teniendo una actuación brutal en Gaza y debe denunciarse, pero lo que no sirve es el doble rasero y callar ante otros abusos
Tal vez la mejor definición de lo que representa Israel se la escuché una mañana a un diplomático al que entrevistaba Carlos Herrera en su programa: «Israel es como un chalet alpino que resiste ubicado en medio de una jungla».
En efecto, Israel representa un intento de crear país con las garantías y las libertades occidentales en medio de un entorno musulmán, una fe que por su propia naturaleza no propicia la libertad de pensamiento, pues sostiene que el Corán ha sido escrito directamente por la mano de Dios, con lo cual no cabe objeción ni avance alguno sobre lo que allí se estipula (de ahí, por ejemplo, que en pleno siglo XXI mantengan un trato a las mujeres cuasi medieval).
Como planteamiento general soy simpatizante de Israel y de los judíos, por muchos motivos, sobre todo el arriba citado. Pero además por la cantidad inmensa de talentos que han aportado a la humanidad, desde nuestro señor Jesucristo hasta Einstein, y por un sentimiento de compasión ante la persecución secular que han sufrido, que tuvo su hórrido cénit en la aniquilación en serie del nazismo. Por último, son muchísimos los españoles con alguna gota de sangre judía (o somos, pues entre mi colección de apellidos gallegos –Ventoso, Castiñeira, Oujo, Antelo…– aparece también un Rojo, que dicen que podría ser sefardí, y en mi ciudad natal, La Coruña, se escribió en 1476 la Biblia Kennicott, joya bibliográfica universal que hoy custodia la Biblioteca Bodleiana de Oxford).
Pero el Gobierno de Netanyahu nos lo está poniendo muy difícil a todos los que simpatizamos con Israel: ya está bien de masacrar Gaza de esa manera.
La guerra actual la inició con un salvaje ataque terrorista Hamás, una milicia yihadista con la que Irán juega a la proxy war contra Israel. El Estado israelí tenía todo el derecho a defenderse y contraatacar. Pero los extremos de machaque a lo que han llegado en Gaza son una barbaridad, incluso sabiendo que Hamás acrecienta las bajas al utilizar a su población civil como escudos humanos. Discrepo del término «genocidio» que emplea la izquierda, pues esa palabra se refiere al exterminio sistemático de un pueblo, y no es el caso. Pero no se puede matar a civiles por sistema. No se pueden bombardear escuelas y hospitales. No se puede cortar el paso de la ayuda humanitaria y someter a la población a hambrunas programadas. Y todo eso lo están haciendo Netanyahu y su ejército y merece una enérgica condena, que no exime de otra a los aborrecibles fundamentalistas de Hamás.
Israel merece un severo reproche por lo que está haciendo en Gaza, cuyas calles derruidas por las bombas recuerdan, en cruel paradoja de la historia, a las del cartel de aquella película de Polanski, El Pianista, que simbolizaba el aniquilamiento de los judíos en el gueto de Varsovia. Pero lo que no vale es la hemiplejia de la izquierda. Se muestran muy sensibles ante la causa palestina, hasta el extremo de montar un circo surrealista en Eurovisión para tapar las miserias domésticas de Sánchez, mientras callan ante otros dramas provocados por la mano del hombre porque no representan causas gratas al mal llamado «progresismo».
Este lunes se ha sabido que en Nigeria se produjo en la pasada Semana Santa una espantosa matanza de cristianos, con 176 muertos. ¿Habrá alguna queja o denuncia de TVE y Sánchez? El colectivo más perseguido del mundo es… los cristianos: 380 millones viven amenazados por razón de su fe. ¿Habrá alguna queja o denuncia de TVE y Sánchez? En el África Subsahariana 16 millones de personas han tenido que huir de su tierra por la persecución que sufren por ser cristianos. ¿Alguna queja o denuncia de Sánchez y TVE? No la escucharán jamás. No figura en la agenda de denuncias «progresista», como tampoco la persecución a los homosexuales en un Irán que pagaba la tele de Iglesias Turrión, o la represión obra del comunismo, o la mayor escabechina de seres humanos que existe, que se llama aborto y que quieren convertir en «un derecho».
Escandalizarse solo a ratos se queda en un ejercicio de cinismo político.