Editorial-El Correo

Cualquier mínima posibilidad de que Donald Trump presionara a Vladímir Putin para que acepte un alto el fuego incondicional en Ucrania quedó disipada después de sus dos horas de «excelente» conversación. El autócrata ruso, antes de negociar los términos de un cese provisional de hostilidades, pretende conseguir que el país invadido se avenga a hablar de lo que él considera «causas profundas» de su agresión al Derecho Internacional. Moscú exige a los ucranianos dos condiciones que estos no pueden aceptar: la retirada completa de los cuatro territorios solo parcialmente controlados por los rusos; y que durante una eventual tregua Kiev deje de recibir apoyo militar occidental y renuncie a movilizar nuevas tropas. Todo con la explícita bendición del presidente estadounidense, que al dar cuenta de la llamada telefónica desvela su impaciencia por reanudar un «comercio bilateral a gran escala» cuando «acabe este baño de sangre». EE UU permite que Rusia gane tiempo para continuar con la guerra y acometer una previsible ofensiva de verano. La mención al Vaticano como escenario de conversaciones traduce el hartazgo de Trump por un conflicto que no acierta a desatascar.