Teodoro León Gross-ABC

  • El sanchismo ha interiorizado sus escándalos como munición indecente del enemigo

Olvídense: cualquier hipótesis de que Sánchez dimita en algún momento, presionado por la corrupción o por la degradación política, sólo conduce a la melancolía. Las cábalas en las tertulias se han convertido en un pasatiempo. El cráter bajo el impacto del titular de cada mañana es un espejismo. Nunca dimitirá, salvo de ser quien era. Va a exprimir el ‘Manual de resistencia’ hasta las últimas posibilidades. Cualquier percepción de que un Gobierno, a partir de cierto punto, no puede soportar el peso de los escándalos… es equivocada. El titular diario, aunque parezca devastador, contribuye a la normalización. Es como el olor en una huelga de basuras, muy repugnante en los primeros días hasta que acaba por hacerse familiar. Así que más vale resignarse. Los sanchistas hasta cierto punto pasaron un mal trago con la amnistía, a sabiendas de que era su mentira más descarnada al precio de arrastrar la Constitución, y hasta con el putiferio de Tito Berni a algunos se les subían los colores, pero a estas alturas la rutinización de las golfadas de la trama en torno al que fuera lugarteniente de Sánchez, los enredos de Begoña Gómez desde La Moncloa o del hermano del presidente, y, al cabo todo, ya sea colgar a una prostituta del erario público sin dar un palo al agua o la sombra de las mordidas entregadas en mano en Ferraz, al sanchista medio ya no le provoca el mínimo malestar. Tiene asumido el duelo moral en el que, como les recuerdan los suyos a diario, ellos están en el lado correcto de la Historia.

El sanchismo ha interiorizado sus escándalos como munición indecente del enemigo. Es el mantra que repite la Máquina del Fango de Moncloa: «los bulos de la derecha y la extrema derecha…». Un sanchista no ve más corrupción que la corrupción moral en la otra trinchera. Y superadas determinadas cotas, todo fluye. A nadie le quebrantará ya el ánimo hasta dónde pueda llevar Conde-Pumpido al Tribunal Constitucional, después de blanquear escandalosamente los ERE. El próximo CIS no va a provocar más que alguna sonrisa irónica, después de una serie histórica malversada. Nadie va ya a rasgarse las vestiduras por los excesos de RTVE con pólvora del rey. O por las perversiones del fiscal general. A nadie le importa quién presida Red Eléctrica. O si el movimiento continuo de las puertas giratorias da el pase al número dos de Industria hacia una empresa vasca del sector de la defensa a la que dio treinta y tantos millones. Nadie dentro del partido levantará la voz, después de la tocata y fuga de cinco días del presidente cesarista al que retratan sus wasaps. Tienen buenos ‘incentivos procorrupción’ (Rose-Ackerman). Ninguno recordará, ni con cinismo, lo proclamado por Ábalos en la moción a Rajoy. Esa clase de asalto moralista al poder de unos corruptos, como talibanes enfervorizados, es algo que se repite en la Historia. Aquí no pasará nada.