Carlos Herrera-ABC
- Esa pestilencia a mercaptano ya la hemos olido antes en España
La olfatometría política suele ser de gran utilidad para adelantar la percepción de hechos difícilmente evitables. Puede existir algún espejismo que camufle la realidad, pero cuando huele a muerto suele haber un cadáver cerca. La cadaverina (una amina como la putrescina) no suele engañar: es un olor penetrante a descomposición que se produce después de que las células se autodestruyan por la acción de sus propias enzimas. Es un fenómeno inevitable que se conoce como autolisis. Seguro que el gran Mariano Ozores le encontraría a esto un título adecuado. En política es muy difícil evitar ese incisivo olor: cuando una formación o un gobierno comienza a autolesionarse, a descomponerse, raudo llega el aroma de cualquier molécula odorífera de los cuerpos en degradación. O en desintegración.
España, hogaño, se resume en un fino hilo de olor a nitrógeno y azufre que surge de cualquier terminal socialista. Un desmoronamiento se está produciendo ante nuestras pituitarias y también ante los ojos escocidos con los que contemplamos, perplejos, como es posible superar mañana con hechos los hechos de hoy y de ayer. Un exministro y su Sancho Panza iban por la Administración colocando queridas y pegando mordidas a cualquier esquina que se encontrasen en el camino. Un presidente de Diputación quita de un manotazo a una diputada regional (a la que quiere colocar de subdelegada del Gobierno para compensarle el cese) para aforarse y retrasar un proceso judicial por haber colocado al hermano del actual presidente en un cargo que no ejerció; ni siquiera sabía dónde estaba su despacho. Un elemento de la Banda de Los Cuatro –los cuatro jinetes del Peugeot– se prepara para resistir la acometida impetuosa de un informe policial donde puede quedar comprometida su honestidad. Diversas comunicaciones entre el presidente y su antigua mano derecha, el terror de los Paradores, anticipan jugosos datos sobre el rescate de una compañía de aviación que puede ocasionar serios problemas a todos ellos, incluida la esposa del actual presidente, catedrática a fuer de bachiller, e imputada por varios delitos. Un valido insular tenía contactos con un narcotraficante, hoy encarcelado, al que prometía ayudarle intermediando ante el mismo ministro del Interior. Dimite un alto cargo del Banco de España por no gozar de la libertad acostumbrada para emitir estudios después de que el Gobierno quiera nombrar miembro de ese consejo a uno de los inspiradores del golpe catalán de 2017. La Seguridad Social está en quiebra; la deuda alcanza límites insospechados; las cifras de paro están adulteradas a la baja; las comparecencias del Gobierno en el Parlamento son meras retahílas de eructos políticos para desembarazarse de una realidad que se niega a afrontar. El presidente no se atreve ni a asomar su rostro por una ventana que dé a la calle. Sus ministros configuran un selecto club de loros mamertos que solo saben repetir consignas como borregos…
Esa pestilencia a mercaptano ya la hemos olido antes en España. Es el hedor del final.