- La desvergüenza, la hipocresía, la mentira, el desahogo permanente junto al cinismo y la caradura también forman parte de esa normalidad sanchista. El mismo Sánchez que prometió en la oposición, como tantas otras falsas promesas, acabar con ese aroma intenso de privilegio que supone el fuero parlamentario
No hay precedente alguno porque ningún otro presidente del Gobierno ha afrontado en España el hecho inédito e histórico, hasta ahora, de que su hermano sea juzgado por corrupción mientras su esposa sigue investigada judicialmente. Claro que tampoco ningún otro presidente había tenido a su fiscal general y a su exnúmero dos en el partido a un telediario de sentarse ambos también en el banquillo. Y por supuesto, ni González, Aznar, Zapatero o Rajoy habían experimentado el temblor diario de desayunarse cada mañana y sin solución de continuidad con el sapo de un nuevo escándalo. Pero en los tiempos de Sánchez nada de esto se considera fuera de lo normal. La realidad sanchista se sustenta en una suerte de «matrix», ficticio e impostado, fabricado en paralelo a la realidad judicial y policial que sus conmilitones, propagandistas y opinadores sincronizados pretenden imponernos como si aquí no «passara» nada.
En la normalidad sanchista el secretario de organización del PSOE se puede interesar por los contratos y adjudicaciones de obras públicas aquí y allá, como si ese sospechoso interés formara parte de su cometido. También se considera normal que un dirigente socialista, vicepresidente y antes presidente del Parlamento de Canarias, pueda alternar y darse el pico con el presunto jefe de una organización criminal dedicada al narcotráfico, que por cierto está detenido, para mediar ante jefes policiales y ministros y dejen de investigar sus negocios y actividades delictivas.
Todo tan normal como que la esposa del presidente del Gobierno acabe juzgada como su cuñado, el «hermanísimo», por los mismos indicios punibles, esto es, aprovecharse del presupuesto público y del parentesco directo de quien ostenta el poder para hacer negocios privados lucrativos o conseguir un puesto de trabajo bien remunerado.
Y en esa misma normalidad, defendida contra el viento de la razón y la ética judicial por una Fiscalía obscenamente entregada a la defensa servil de las causas que persiguen a Sánchez y a su familia biológica y política, hay que anotar la golfada del dirigente socialista extremeño, también procesado, por querer beneficiarse del privilegio del fuero para eludir el principio constitucional de que todos somos iguales ante la ley y obstaculizar la acción de la justicia mediante atajos con el propósito de dilatar el proceso y que sea un tribunal distinto al ordinario quien le juzgue.
Es un evidente fraude político, y posiblemente también de ley, que los juristas que lo valoren deberían sustanciar teniendo en cuenta si debe considerarse aforado quien no ha jurado el cargo de diputado y sentado aún sus posaderas en el escaño, sólo ha recogido la credencial, y que la causa por la que se le juzga fue investigada, instruida y lista para la vista oral cuando no formaba parte del parlamento regional.
La desvergüenza, la hipocresía, la mentira, el desahogo permanente junto al cinismo y la caradura también forman parte de esa normalidad sanchista. El mismo Sánchez que prometió en la oposición, como tantas otras falsas promesas, acabar con ese aroma intenso de privilegio que supone el fuero parlamentario, como diría el magistrado Manuel Marchena, y al que se acogen políticos señalados y acusados por corrupción, ha diseñado la estrategia de Gallardo para que él y su hermano disfruten de esa prebenda ventajista. Cosa muy propia en un dirigente descarado y sin principios como Sánchez que no dudó en llamar indecente a Rajoy, mientras el hedor del muladar corrupto en el que ahora está él enfangado, junto a su familia y su partido, se hace insoportable por días.
Y todavía se pregunta Pachi López que por qué les odian tanto mientras Gómez de Celis se lamenta que no pueda tomarse una caña por Sevilla sin recibir algún improperio y alguna mala mirada.
Han colonizado, controlado y puesto a su servicio instituciones y organismos públicos y semiprivados desde la Fiscalía y el Tribunal Constitucional a RTVE pasando por Telefónica. Utilizan los recursos y las empresas del Patrimonio como si fueran su cortijo. Ejercen el nepotismo como ningún otro gobierno ya sea para colocar a familiares, amigos y hasta meretrices en la nómina del Estado. Retuercen las leyes en su beneficio y se blindan con reformas que entierran definitivamente a Montesquieu para contar con jueces a su favor. Gobiernan con autoritarismo y formas autocráticas, sin respetar preceptos constitucionales como el que obliga a cualquier gobierno a presentar presupuesto en el Congreso cada año. Legislan a golpe de decretos y al margen del Parlamento. Se apoyan en partidos golpistas que pretendieron y pretenden romper la unidad constitucional de España y en siglas herederas de los pistoleros que asesinaron a cientos de españoles. Formaciones políticas, por cierto, silentes ante la corrupción del sanchismo y, por tanto, sus cómplices hasta el punto de no plantear ninguna pregunta parlamentaria sobre el tema, ni dirigido reproche alguno al presidente o a los ministros afectados por las causas que se investigan. Y, además, nos fríen a impuestos y, como el recordado Castelao reprochó a los políticos y caciques de su tiempo, Sánchez y su banda nos meixan encima, pero dicen que chove. Esa es la normalidad en tiempos de Sánchez y todavía se preguntan por qué les odian.