Ignacio Camacho-ABC
- El orden moral del humanismo reclama compasión por los palestinos al margen de cualquier clase de prejuicios políticos
Denunciar la masacre de Gaza no es antisemitismo. Es más, debería ser la obligación moral de cualquier conciencia vinculada a valores humanísticos. La ofensiva desatada por Netanyahu ha rebasado muy de largo del derecho a la represalia, cuya legitimidad resulta incompatible con el despiadado castigo que impone a la población civil una penitencia dramática. Ya es imposible negar la existencia de un designio de limpieza étnica que además de constituir crimen de guerra erosiona el respaldo internacional a la causa hebrea y su continua lucha por su propia defensa. Lo que empezó como una justa respuesta a la agresión salvaje de Hamás se ha convertido en una matanza cuya desproporción alarma, conmueve y repugna a la opinión pública civilizada. A menudo los gobiernos israelíes nos lo ponen muy difícil a sus simpatizantes porque la ferocidad de sus ataques no puede merecer solidaridad de ninguna clase. No existe forma aceptable de justificar la barbarie.
Pero del mismo modo es necesario señalar que cierta izquierda occidental trata de aprovechar esa oleada de razonable repulsa para levantar entre sus adeptos un sentimiento de fobia antisemita. Tras algunas de las condenas a la invasión de la Franja late en buena medida un viejo resabio de rechazo a la nación judía, mal disfrazado de apoyo a las reivindicaciones palestinas o de oposición al expansionismo sionista. Esa aversión de siniestras raíces antiguas arma el brazo de exaltados como el autor del atentado de Washington y esconde una clara hostilidad contra el único régimen democrático en una región dominada por teocracias empeñadas en liquidarlo. La empatía entre los enemigos del Estado de Israel y el sedicente progresismo americano y europeo parte de su común alineación durante la Guerra Fría con el imperialismo soviético, es decir, de una primaria pulsión antiliberal sostenida con distintas coartadas a lo largo del tiempo.
En la tragedia de Gaza se juntan, pues, la inocultable intención aniquiladora de Netanyahu, la cobardía de los terroristas tras sus escudos humanos y un oportunismo izquierdista cargado de prejuicios sectarios. En España, la polarización política e ideológica convierte ese conflicto en trasunto de nuestro propio enfrentamiento de bandos y empuja a los ciudadanos a una simplista elección que relega al segundo plano el sufrimiento de un pueblo bombardeado y expatriado. El orden moral lógico reclama primero la compasión por los palestinos; después la presión civil en demanda de un acuerdo diplomático y pacífico, y sólo en último término los arbitrios subjetivos. El episodio de intervención propagandística gubernamental en Eurovisión demuestra, sin embargo, que el poder sanchista siempre empieza por la opción más ridícula. La que menos puede ayudar y la que más estimula la pulsión cainita. Como si no sobrasen ya caínes en la tierra donde se escribió la Biblia.