Antonio Rivera-El Correo

La democracia mediática construye, maneja y resuelve crisis políticas que se desenvuelven por completo en su seno, sin que intervenga la sociedad ni afecten de inmediato a esta. El ciudadano no consumidor diario de medios permanece al margen de ellas y, si acaso, sabrá de su existencia si un día una crisis de mayor calado, determinante, acude a explicarse por su lejano influjo.

De este tenor parece ser la vivida la pasada semana por los socios del Gobierno vasco. Lo que se describe como mayor punto de tensión de la coalición en el último decenio ha finiquitado ya con intervención de los respectivos líderes. Con todo, parece motivarse y explicarse por movimientos de fondo de doble carácter.

El primero es el que suscitan las matemáticas: la combinación a dos actual no es inevitable y cualquiera de los socios podría cambiar al de ahora por los abertzales. La amenaza mutua larvada ronda cada gesto y el temor tanto de PNV como de PSE a ese cambio de pareja es, precisamente, lo que lo evita. Pero estar, está ahí, como en la Guerra Fría la DMA (destrucción mutua asegurada), el mejor protector de aquella paz que no lo era (pero estaba). Para complicarlo más, este tipo de tensiones internas no hace sino engordar la expectativa de Bildu, con lo que los dos socios hacen mal en alimentarlas y en aparentar que es el miedo más que el proyecto político compartido lo que mantiene con vida la coalición gubernamental.

El otro movimiento es, si cabe, más sutil, un tanto ideológico y aparente, pero también de fondo. El PNV recuerda su condición nacionalista a cada poco, pero lleva tiempo haciendo suyas, todavía con mucha contención y cuidado, afirmaciones caracterizadamente conservadoras en temas de economía, sociedad y, en concreto, inmigración. Es algo lógico, porque se trata de un partido conservador, de gobierno, aunque alejado del conservadurismo radicalizado que en parte identifica al PP, tanto por historia como por esencia. Digamos que su viejo corazón democristiano sigue mandando más que la pulsión liberal de algunos jóvenes dirigentes. No está en la disputa por ese voto de derecha extrema, como lo están sus homólogos catalanes, pero viene recordando con insistencia que, en el mercado nacionalista, la suya es la opción de orden y seguridad.

En sentido contrario, esa caracterización la aprovecha el PSE, que marca posición en el matrimonio distinguiéndose ideológicamente -quizás más que de manera práctica- y reforzando su alianza con el izquierdismo plural hispano. Con ello pretende atraer aquí y en el resto de España a ese entorno de la izquierda con la que, inevitablemente, el PNV choca (la Ley de Vivienda fue un caso paradigmático). Con todo, la ventaja que parece disfrutar ese socio menor al aparentar que es quien marca la posición del Ejecutivo vasco -así lo ha analizado el popular Javier de Andrés- choca con la bicha de que, si el PNV se siente acogotado, siempre puede tirar por la vía del medio del soberanismo. Los dos se estarían pegando un tiro en el pie y el victorioso sería el ahora espectador en el baile. La vieja estrategia de la Destrucción Mutua Asegurada llevada a sus últimas consecuencias.