Antonio Elorza-El Correo
- Ante el avance de la extrema derecha en Europa y el encastillamiento de Sánchez, el constitucionalismo del líder del PP sigue siendo necesario
El título de este ensayo puede parecer absurdo. Al convocar el próximo congreso del PP, Alberto Núñez Feijóo tiene la seguridad de su reelección al frente del partido y piensa sobre todo en una renovación de cuadros, y otra mínima de ideas, que le permita superar las limitaciones visibles en la actual dirección de cara a la futura convocatoria electoral, tal vez anterior a 2027. No es tan seguro, sin embargo, que deje de pagar el precio exigido por aplicación de la ley de Andreotti: el poder desgasta sobre todo a aquel que no lo tiene. Y Feijóo cuenta en este sentido con una dura experiencia desde que ocupó la secretaría general del PP.
Ha llegado a ganar unas elecciones generales, las del 23-J, pero sin alcanzar el gobierno, por la alianza multiuso trabada en torno a Pedro Sánchez, y desde entonces ha tenido que chocar una y otra vez contra el muro erigido por el presidente socialista, sin posibilidad de intervención alguna en las decisiones políticas y sometido además a una permanente ofensiva de descalificación por el Ejecutivo. A pesar de lo que se afirma desde el PSOE, Feijóo ha sabido salvar el equilibrio en su oposición, ofreciendo, incluso de cara a los suyos, una imagen de esterilidad política, que emerge ahora, impulsada por Vox y desde los márgenes del PP: Feijóo nada habría conseguido y el ejemplo a seguir es entrar a fondo en la guerra imaginaria declarada por Sánchez, tal y como ha hecho Isabel Díaz Ayuso desde su bastión madrileño.
De momento, se trata de una guerra de posiciones, que elude la ofensiva frontal contra Feijóo, pero que cuenta con muchas posibilidades de cara al futuro, apostando por un desgaste del líder gallego, irremediable a corto plazo. Sánchez no va a hacerle caso convocando elecciones y seguirá negándole el pan y la sal, convirtiéndole en el causante de sus propios males.
Los extremos se tocan y con su ataque conjunto al PP, PSOE y Vox fortalecen las respectivas posiciones. A diferencia en el segundo caso del papel desempeñado por los izquierdistas que ocasionan problemas puntuales a Sánchez, sin dejar de constituir un apoyo indispensable para su permanencia en el Gobierno. En cambio, aunque Vox apoya aquí y allá a los gobiernos autonómicos y municipales populares, y ahora le está dejando solo en los presupuestos, constituye un reto permanente por su pretensión de desplazarle de la derecha. Así, mientras el PSOE impulsa a Vox, legitimándolo con una desautorización del PP que supuestamente se identificaría con su política de extrema derecha, Vox es la pieza indispensable de apoyo al PSOE, impidiendo que el PP por sí solo sea mayoritario y, en el plano ideológico, privándole incluso de existencia en su discurso, al proclamar que PSOE gobernando y PP secundándole son la misma cosa.
Con el nacimiento de Vox en 2014 empezaron las dificultades del PP, y son cada vez mayores. Y las experiencias del pasado, desde la rectificación del ‘sí es sí’ al voto por las alcaldías de Barcelona y Vitoria, mostraron a Feijóo que con Sánchez de nada sirven las concesiones a una política de Estado. Una pinza en cuyo interior los populares se mueven muy mal, entre otras cosas por la cercanía entre su ala derecha y Vox. Y desde ahí, aunque de manera encubierta, Feijóo es ya el blanco.
Si a esto sumamos la escasa creatividad del grupo dirigente popular y otra presión, esta interna, la de intereses económicos e institucionales opuestos a cualquier audacia, podemos explicarnos la fragilidad de la alternativa programática del PP frente al muro de Sánchez. El rechazo de la política vigente de Estado, de Cataluña a Venezuela, está claro. No obstante, salvo cuando hay coincidencia con el PP europeo -Ucrania y rearme-, sus posiciones tienden a ser ambiguas y/o contradictorias.
Ejemplo, Marruecos de lo segundo, y Gaza de lo primero. Resulta lógico seguir leal al 7 de octubre, desde sus supuestos, pero la tragedia de Gaza requiere una implicación contra la masacre y sobre el futuro de Palestina hasta ahora ausente. Hasta Macron propone sancionar a Netanyahu. En suma, falta en el PP la elaboración de respuestas articuladas a los grandes temas que Pedro Sánchez deja pendientes o mal resueltos.
A la vista de los antecedentes, no le será fácil, porque arrastra demasiadas rémoras del pasado, prefiere siempre conservar una situación de poder consolidada en el partido a resolver los problemas, por graves que estos sean. En el caso de Mazón, estrenó la táctica de alianzas a toda costa con Vox, causante de la derrota del 23-J, y ahora es, tras su siniestro 29 de octubre, la principal razón para no votar al PP. Y ahí está.
Queda así abierto el camino para la condena a medio plazo de Feijóo por su pasividad, contrastada con la estrategia de desafío permanente de Ayuso, mucho más atractiva para los militantes. Y menos mal que Abascal no es Meloni. En suma, ante el avance de la extrema derecha en Europa, sin que Sánchez vaya a abandonar su encastillamiento, el constitucionalismo opositor de Feijoo sigue siendo necesario.