Luis Ventoso-El Debate
  • Un pequeño debate sobre la reducción de jornada con un gurú económico del yolandismo me ratifica en lo ya sabido: para ellos los datos no existen

Aunque son una especie en vías de extinción, los abigarrados talleres de barrio perviven y te salvan de más de un apuro. En La Coruña tenemos un Volkswagen Passat en edad de jubilación, que suda para superar la ITV. Por fortuna contamos con Josiño, el del taller, que con cierta dispersión, pero notable eficacia, acaba salvando cada achaque del viejo auto.

Me acordé del taller de Josiño cuando coincidí en un debate de Televisión de Galicia con un sonriente ideólogo del yolandismo, al que conocía de tiempo atrás. El amable señor tiene 68 años, es economista y se ha pasado toda su vida viviendo de ser de izquierdas, primero como sindicalista de Comisiones, luego arrimándose a las Mareas, que le hicieron diputado autonómico, y finalmente sumándose al yolandismo.

Ahora es diputado en el Congreso y gurú de Díaz, con la que ha hecho la ruta a Madrid. Yolanda mutó de candidata siempre fallida de IU en Galicia —de pelo negro apelmazado, ropas oscuras, pañuelo palestino y cero votos— a pijidiva de melena caoba y obsesión por el vestuario florido en la capital, donde apuñaló al pipiolo Iglesias Turrión tras hacerle la coba y donde está ya en caída libre, porque es solo un globo de gas de risita traicionera, vacua cursilería justiciera y modales sobones de un cariño falsario y puñalero (pregúntenle a Beiras en Galicia…).

El día en que coincidí en la tele con el sonriente yolandista se había avanzado hacia la reducción de la jornada laboral, auspiciada por ellos. Al debatir el tema, me acordé de Josiño y expuse su caso. En su taller son dos: él y su único empleado. Si van a trabajar menos horas y cobrar lo mismo, su producción bajará, tardarán más en arreglar los coches, porque dedicarán menos horas. Sin embargo, el empresario tendrá que asumir el mismo gasto en nóminas. Es decir, existe una pérdida, es inevitable… salvo que al sentirse «muy felices» ante el «avance social histórico de la reducción de jornada» —que diría Yolanda—, Josiño y su empleado mejoren su estado de ánimo de un modo tan positivo que redunde en un súbito aumento de la productividad. Pero eso no sucede. Los seres humanos no funcionamos así. La gente va a seguir trabajando igual que antes aunque las horas sean menos.

Conclusión: trabajar menos cobrando lo mismo genera pérdidas para los empresarios y para el país. Es impepinable. Pero no para esta izquierda doctrinaria, con la que no se puede razonar, porque es hablar con un frontón que antepone la ideología a los datos. Frases como «va a mejorar la vida de la gente» se sueltan como mantras sagrados sin fundamentarlas con números y estudios.

Al no replicar de manera convincente en la tele ante el ejemplo de Josiño, el sonriente economista yolandista me responde ahora en diferido con un artículo titulado La reducción de jornada en el taller de Josiño, que publica en el inefable diario de cabecera catalán. Su argumento es pueril: viene a decir que la derecha también puso verde la subida del salario mínimo y la reforma laboral y que al final no pasó nada, sino que todo mejoró. En cuanto a la reducción de jornada y el caso Josiño, lo zanja diciendo que no pasa na, que meterán el nuevo descanso en horas tontas y ni se notará. Si es así, si nada cambia, ¿para qué lo imponen?, ¿solo por molestar a los empresarios?

La miopía económica de tan inteligente economista resulta notable. En primer lugar, se fuma la escala de las cosas. Las pérdidas de un pequeño empresario por esta cacicada que le impone la izquierda populista pueden ser anecdóticas, pero cuando se extrapolan a todo el tejido empresarial de un país pasamos a hablar de pérdidas multimillonarias. En segundo lugar ignora el coste de oportunidad, lo que se podía haber hecho en esas horas que ahora se van a perder. En tercer lugar es innegable que el empresario perderá dinero y que Yolanda y el sonriente economista no se lo van a dar. En cuarto lugar, supone un disparate ponerse a trabajar menos cuando en España la productividad es muy baja, cuando padecemos un absentismo laboral alarmante y cuando competimos con unos asiáticos que no bajan los brazos y que se están merendando nuestras economías.

Pero ellos, en su quimera… Elogian también la reforma laboral, la mayor operación de maquillaje de la historia económica de España, que según los últimos cálculos está ocultando ya 800.000 parados. Y mienten al repetir que ha servido para «acabar con la temporalidad». Han aumentado los contratos indefinidos, sí, pero su duración media ha caído, muchos son «indefinidos» solo en el nombre.

A Yolanda, que gusta de frecuentar las peluquerías finas, le convendría pasarse unas semanas con la empresaria de una de barrio y que le cuente lo bien que le sientan los «avances sociales» cuando hace cuentas a fin de mes. En cuanto al otro, que le pregunte a Josiño por el milagro comunista y la brasa fiscal…

Adoran al Estado, desprecian a los empresarios, nos abrasan a impuestos y sustituyen el razonamiento por los apriorismos de su secta. Delicias del socialismo.