Chapu Apaolaza-ABC

  • Hasta ahora, cualquier representación de la historia de nuestro país quedaba supeditada a la condición de que quedáramos mal

En el espectáculo sobre la Guerra de la Independencia que representan en Puy du Fou, el parque temático de Toledo, la protagonista termina llamando a proteger «nuestra España de la libertad» y enarbola una bandera nacional. Entonces, la gente se sobrecoge y por poco pide las sales. Se sorprenden aplaudiendo o en silencio, sonándoles las meninges en no sé qué cascabeleo de la historia. Son objeto de un asombro gracioso, como de pudor, como cuando se le salió una teta a Sabrina Salerno en aquella Nochevieja. La bandera de España es ya como el liguero de aquellos tiempos o los tobillos de las señoras, una cosa que se ocultaba y que, ahora, si se exhibe, descoloca al personal y suenan los ‘uyes’ y los murmuros y se transforma la escena en otra cosa distinta. Qué no habremos hecho para que mostrarse orgulloso de nuestro país tenga esta connotación sospechosa en los del escándalo antibandera de España, esas gentes del mundo que están siempre en contra de las naciones a condición de que sean la nuestra. Antes de que hubiera fachas de verdad, facha era llevar una pulsera de la bandera de España, y ahora la gente la enseña como si mostrara el muslamen.

En Puy du Fou han construido un parque temático sobre nuestra historia y suenan pasodobles y versos de Lope de Vega, sin rubores ni las habituales cláusulas de nuestra ancestral vergüenza. Diría que es un parque sobre España sin complejos si decir ‘desacomplejado’ no hiciera parecer que uno que está bombardeando Guernica. Por los caminos, de entre los arbustos de las jaras de Toledo, suena una música de pasodobles y los críos van por ahí pegando muletazos imaginarios y estocadas hasta la bola, como si fueran Morante en Jerez. Puy du Fou representa el gran espectáculo de España que hubiera sido evidente en cualquier país si no hubiéramos sido un pueblo con vergüenza de sí mismo, con asco del abuelo y poblado por catetos que desprecian lo español para lanzarse en brazos del primer nacionalismo que trinquen por ahí: antiespañoles profranceses, anglófilos, africanistas, muy de Samoa, jamaicanos rastafaris, castristas, propalestinos, o todas las demás hierbas que no fueran la nuestra. Tantas banderas llevaban y ninguna era esta; también es casualidad.

Nos comimos nuestra propia leyenda negra y todas las de los demás colores. En el arte, España siempre aparece fea, sórdida, desesperada con churretones de grasa, olor a ajo y alipori de sí misma, una imagen demacrada, irreal e injusta de actores que hablan bajo, como pa’ dentro, y que representan el cainismo, el derrotismo y todos los ismos que se nos pudieran adscribir. Siempre pensamos, aceptamos, que si aparecíamos en la historia era para mal y por eso esta celebración de Puy du Fou, desprovista de la espantosa culpa que arrastramos no sé ni desde cuándo, resulta tan interesante, sugerente y atípica.