- Si Sánchez se guardó desde 2018 material para extorsionar a jueces, policías, rivales o periodistas, la dimisión inmediata no es suficiente
Sobre las saunas de masajes, que es el eufemismo de lupanares donde se practica la berrea por dinero, caben todo tipo de juicios éticos, estéticos y legales, especialmente si el negocio tuvo lugar en el entorno de quienes públicamente quieren prohibirlo.
Ni a Pedro Sánchez ni a Begoña Gómez puede reprochárseles que el suegro del primero y padre de la segunda se dedicara a ese oscuro negocio, en sus dos modalidades, pero sí preguntarles por al menos dos cuestiones: qué les parece que, entre las múltiples actividades empresariales a elegir, el tal Sabiniano eligiera una que en casa se considera incompatible con el discurso político del secretario general.
Y dos, si en algún momento se beneficiaron personalmente del éxito comercial del interfecto, como suele ser habitual en las parejas jóvenes de recién casados.
Éstas serían las cuestiones que agotarían el debate, en principio, especialmente procedentes en quienes no tienen reparo en escarbar en el pasado o en el árbol genealógico de sus adversarios para encontrar un amigo juvenil que con los años fue narcotraficante o un tío segundo a las órdenes de Franco: no vamos a ser menos con un antecedente en la familia que abrió tres o cuatro lonjas de carne humana para vender todos sus orificios al mejor postor.
Pero es que hay más, que ya obliga a superar el pudor a hablar de estas cosas y, también, el cuidado que a la inversa no tendrían si a un rival, un periodista, un juez o un guardia civil le detectaran un ancestro con semejante currículo.
Y es que, al menos, una de esas saunas se montó en un ático de Muface, a un precio módico, que sigue al parecer al servicio de los Gómez, aunque con otra función, por lo que sea, según publica The Objective. Y es que, además, a la historia ya conocida de que en esos locales tan tétricos se montaron escuchas por indicación del ínclito Villarejo para, probablemente, tener material con el que chantajear a los usuarios más célebres; se le añade ahora la certeza de que todo ello acabó en manos del PSOE y el PSOE se lo guardó.
Es decir, Pedro Sánchez tenía desde 2018 en un cajón las pruebas, entregadas por el socio de Leire Díez en las sentinas socialistas, de que un comisario corrupto husmeaba en las intimidades de personajes públicos que algún día podrían estorbarle a él o a sus clientes y lo que hizo con ellas fue guardárselas, con el único objetivo aparente de darles el mismo uso que pretendía darle el célebre policía de las cloacas. Y quién sabe si, además de la constatación de ese montaje en el antro, dispone también de lo que con esos dispositivos se pudo grabar y a quién en concreto.
¿O acaso se le ocurre a alguien, incluido al propio Sánchez, otra explicación? O el PSOE lo desmiente todo, con algo más que su deteriorada palabra infectada de bulos y mentiras, o de hoy no puede pasar una oprobiosa dimisión del secretario general del partido, que es además el presidente del Gobierno.
Que el partido de Sánchez es una cloaca no admite dudas: toda la trayectoria de este amoral sin sentimientos ha transcurrido en el subsuelo, con sus andanzas para alcanzar la jefatura del PSOE, sus trampas para alcanzar la supervivencia y sus fraudes para mantenerla a cualquier precio.
Pero si a esa acepción política del concepto de alcantarilla se le añade la más clásica, delictiva y mafiosa, con esa coalición de leires, villarejos, koldos y dolsetes y la suya propia con domicilio social en un puticlub; la dimisión ipso facto no será suficiente: no le puede salir gratis a Sánchez constatar que, para protegerse de un futuro de corrupción de su entorno personal y político que hoy ya es presente, se calló un sistema de escuchas chantajistas y quién sabe si con información sensible de quienes, potencialmente, podrían sacarle algún día los colores desde la judicatura, la prensa, la política o la Policía.
Si Sánchez tiene desde hace siete años pruebas fehacientes de un montaje para extorsionar a alguien y se las guardó por si le hacían falta a él, lo menos malo que puede pasarle es que se marche avergonzado de la Moncloa, con un epílogo a la altura de su infumable prólogo vital y político.