Kepa Aulestia-El Correo

  • En los años 80 no eran pocos los electos socialistas que rehusaban ponerse el pinganillo en el Parlamento vasco

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cumplió ayer con su advertencia de que abandonaría la Conferencia de Presidentes convocada en Barcelona si se empleaba una lengua distinta al español. Se ausentó de la reunión mientras Salvador Illa e Imanol Pradales se dirigían a los presentes en catalán y en euskera respectivamente. Un gesto realizado contra el «provincianismo» que a su entender representaría el uso de las lenguas cooficiales en determinadas autonomías para encuentros institucionales que trasciendan su ámbito natural.

La aversión mostrada por Ayuso hacia el «pinganillo» no es nada nueva. Cuando en los años 80 el Parlamento vasco empezó a hacer uso del sistema de interpretación simultánea, no eran pocos los electos socialistas que rehusaban ponérselo. No porque tratasen así de realizar un esfuerzo añadido para entender sin ayuda de terceros aquello que se dijera en euskera, sino como gesto para hacer notar que nada de lo que se transmitiese en la lengua vernácula podía ser de su interés.

Cuarenta años después, un presidente socialista del Gobierno de España trata de abanderar la utilización institucional de las otras lenguas constitucionales tanto en los órganos comunes del país como en la Unión Europea. Al tiempo que la obstinación madrileño-centrista de Ayuso brinda a quienes se consideran únicos defensores del euskera, el catalán, el gallego y otras lenguas la enésima baza para reclamar su uso institucionalizado por razones de prestigio social. Aunque el futuro del euskera, del catalán, etc. dependa únicamente de manera accidental de que estén presentes en el Congreso de los Diputados, en el Parlamento Europeo, o en la Conferencia de Presidentes. Siendo, por otra parte, aún más dudoso qué prestigio puede aportar a Ayuso y a su partido el desdén mostrado ayer en Cataluña hacia todo lo que no se dijera en español.

El mensaje subliminal es que no te pierdes nada. Una visión que resulta atroz para la diversidad lingüística, pero que los acérrimos defensores de lenguas que a su entender se encuentran en riesgo de desaparecer no hacen nada para rebatir. No mucho más que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, erigiéndose en valedor del «compromiso irrenunciable» para que el euskera, el catalán y el gallego sean utilizados en las instituciones europeas. Así es como, una vez más, su uso se presenta como una obligación de los demás a defender desde los principios democráticos. El amor a distancia por lo que unos perciben como un bien exótico y coyunturalmente virtuoso gana enteros a medida que otros desalmados lo consideran un desecho provinciano.