Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli
- La ‘esposísima’ ha ocupado una cátedra universitaria para poder desde ella descifrar los enigmas del fundraising
Lo de «Generalísimo» está muy visto y oído porque fue un sufijo superlativo que los hoy viejos estuvimos oyendo durante los cuarenta años místicos. También en aquella época se acuñó otro superlativo, «cuñadísimo» para designar a un cirujano bastante manazas – al decir de los más descreídos- que casualmente se hallaba emparentado con el «Generalísimo».
Se ve cómo la gramática ha prestado, con sus sabidurías misteriosas y afinadas, aciertos lingüisticos que decían más que una epopeya escrita en miles de octavas reales. Ahora se trata de profundizar en la riqueza que a nuestra parla cotidiana puede aportar este bendito sufijo superlativo.
Tenemos en circulación ya el «hermanísimo» y con ella designamos al sinfónico pariente de nuestro Gran Despensero, afortunado autor de un cuarteto a la «chirimoya» o a la «alcachofa», no recuerdo bien, pero por ahí anda su estro filarmónico. Me consta que está aparejando cuerdas, metales, viento y percusión y buscando libretista para componer una ópera titulada «El Funcionario Despistado», toda ella enhebrada por arias y duetos regocijantes. Y un final gozoso con un coro de oficinistas bien repleto entonando «La Canción del Despacho Buscado y Nunca Hallado».
Obligado es acuñar el superlativo de «esposísima» con el que haríamos referencia también a otra allegada que, en un supremo esfuerzo desinteresado, ha ocupado una cátedra universitaria para poder desde ella descifrar los enigmas del fundraising y de los «contenidos sociales competitivos».
Trampas y bellaquerías
Otro que es imperativísimo incorporar es el de «plagiarísimo«. Con él describiríamos a la persona que, para encumbrarse social y políticamente, se ha apropiado de un honrado y apreciado título académico sembrando su campo discursivo de trampas y bellaquerías, asumiendo «contenidos» que son frutos de pluma ajena, de análoga forma a como se comporta el garduño que, sin mucha maña y con poco disimulo, se adueña del ingenio ajeno y de su laboriosidad.
Urgentísimo es asimismo inscribir en nuestro cotorreo en bares y lugares do se despelleja el buen nombre ajeno al «corruptísimo«, normalmente un sepulcro blanqueado que simula pureza, pero alberga interiores de ética rasgada, violentada. Es especialista es apañar contratos, ofrecer mordidas y disfrutar exóticos placeres de esa carne pecaminosa que, ay, nos lleva derechitos al Infierno.
Suelen estos ser individuos «farandulerísimos«, «jacarandosísimos» y «trapacerísimos«. Padecen codicia de riquezas y les acunan sueños húmedos de dividendos bursátiles que les caen encima como dátiles de palmera.
Tienen trazas de «picador de toros bravos», de esos que antaño lucían carnes abundosas porque hoy tales toreros a la grupa son estilizados, menudos y casi tenues.
Las penosidades de los calabozos
– ¿Y qué me dice de la «fontanerísima«?
Pues que es el más reciente superlativo y bien apto para designar a quien, forrada de ardides y liberada de vergüenzas, trata de ensamblar, metida en el fuego de los enredos y en el crepitar de los videos y los audios, combinaciones destinadas a aliviar a sus jefes de las penosidades de los calabozos, en los que hay ya poquísimas ocasiones para seguir con el trajinar delictivísimo.
Lo que no encontraremos será ni al honestísimo ni al sapientísimo. Nos habremos de conformar con los «enchufadísimos«, los «aforadísimos«, los «forradísimos» y los «procesadísimos«.
Más los «pesadísimos progresistísimos«.