Pedro Pablo Valero-Vozpópuli

  • Se puede deducir que es una buena estrategia no creer lo que Trump anuncia porque siempre rectifica

Una atrevida periodista de la CNBC le preguntó la pasada semana a Donald Trump en en el Despacho Oval de la Casa Blanca si el acrónimo TACO evidencia la posición que su ejecutivo termina asumiendo con los aranceles. Visiblemente indignado, respondió: “Nunca digas lo que has dicho. Esa es una pregunta repugnante”. ¿Por qué se molestó tanto? Porque TACO, además de la típica comida mejicana, es la abreviatura de “Trump Always Chickens Out”, es decir, “Trump siempre se acobarda”. Más allá de una crítica política, resulta que la broma se ha convertido en una sorprendente estrategia de inversión.

La broma fue auñada por un columnista Financial Times y se ha convertido en una fórmula para aliviar los vaivenes de los mercados cada vez que Trump lanza alguno de sus exabruptos, como una forma de quitar importancia a lo que anuncia. Vemos, así, la evolución de Wall Street, tras el mejor mes de mayo desde 1990 y del índice de capitalización bursátil mundial, que está en zona de máximos históricos de nuevo. Se puede deducir que es una buena estrategia no creer lo que Trump anuncia porque siempre rectifica, se echa para atrás, o sea, recula. Más allá de que creamos que es una estrategia de negociación o que tiene tendencias bipolares, lo cierto es que para el inversor bursátil, hasta ahora, la estrategia de no tomarse en serio la primera decisión de Trump confiando en que la rectificaría, ha resultado muy beneficiosa.

La pérdida reputacional de los Estados Unidos como socio comercial global es notable. Mientras se habla de aranceles, no se acomete el gran problema de la deuda que sí preocupa a Moody´s, por ejemplo

En el mundillo de Wall Street ya se ha definido la estrategia TACO: comprar cuando el presidente amenaza con altos aranceles y vender cuando “se acobarda”. Hace unos viernes lo vimos cuando amenazó con unos aranceles del 50% a la UE desde el 1 de junio y el siguiente lunes dijo que dejaría hasta el 9 de julio para negociarlos. Algo similar había pasado unos días antes con China. Más allá de lo que puedan o no ganar determinados especuladores, lo cierto es que el daño a la economía estadounidense de estos bandazos ya se percibe, como se vio en la caída del PIB del primer trimestre o en el desplome en la cifra de turistas extranjeros que visitan el país. La pérdida reputacional de los Estados Unidos como socio comercial global es notable. Mientras se habla de aranceles, no se acomete el gran problema de la deuda que sí preocupa a Moody´s, por ejemplo. De hecho, el mercado de CDS (cobertura contra riesgo de impago que se hizo muy famosa en 2012 cuando parecía que España iba a ser rescatada) valora el riesgo de Estados Unidos como emisor al mismo nivel que el de Grecia, es decir, que el mercado desconfía de la solvencia de la principal economía del mundo incluso más de lo que lo hacen las agencias de calificación.

El valor de la moneda

Evidentemente, exageran. No parece posible un mundo en el que Estados Unidos no pueda emitir más deuda con la que cubrir los vencimientos que tenga (ojo, no digo pagarlas, que eso es muchísimo más complicado) pero también es cierto que el montante de intereses que tiene que abonar para ello genera una bola de más deuda, ya que aumenta el déficit entre ingresos y gastos cada año. Si en bolsa se frivoliza con comprar cuando Trump anuncia y vender cuando rectifica, en el mercado de bonos, así como en el valor del dólar, la situación es diferente. Las medidas de la Administración Trump ha elevado el coste de emitir deuda y ha debilitado el valor de la moneda. Eso sí que no parece que sea algo temporal de lo que aprovecharse para especular. Hay un cambio de paradigma que se suma al efecto inflacionario que pueden tener los aranceles (sean cuales sean finalmente), la rebaja de ingresos por el turismo, el recorte de márgenes empresariales (especialmente de las empresas que importan) etc.

Más allá de lo que haga Wall Street y de la volatilidad en los mercados, el que cada nueva subasta de bonos en Estados Unidos sea una incógnita sobre el tipo de interés y la demanda de volumen final que recibe, es un elemento perturbador que amenaza la estabilidad económica. Es bueno que Trump rectifique los anuncios sobre aranceles pero también sería positivo, en especial  tras haber prescindido de Musk y de sus planes de recortes de gasto, que se fijara más en el efecto en las cuentas públicas de sus políticas. Por supuesto, eso es extensible a casi todos los gobiernos del mundo, y especialmente al nuestro. Y es que en España vivimos algo muy similar: el Ibex eufórico mientras la economía no deja de arrojar dudas. Y sin embargo, el hambre mundial por la deuda que emite el Tesoro español es una certeza: los inversores están más que tranquilos comprando nuestros bonos, que son muy demandados. Por un lado es positivo porque nuestros costes en intereses se moderan (aunque como el volumen crece, siguen aumentando). Por el otro, resta alicientes a un cambio de políticas. Es evidente que sin algún tipo de presión externa, los gobiernos seguirán gastando (y otras cosas menos “económicas”) pensando únicamente en el interés cortoplacista que manejen.