Chapu Apaolaza-ABC
- En España la lengua nos hace extranjeros siendo todos de la misma patria y, en lugar de para hablar, se usa para la pelea
Recuerdo a un taxista en Londres al que mi mujer y yo pedimos en el aeropuerto que nos llevara a Trafalgar Square y no nos entendía. Lo pronunciamos media docena de veces y aquel señor, delgado, altivo, camisa blanca de manga corta, no se daba por enterado. Se lo terminamos deletreando ‘ti-ar-ei-ef-ei-el-ei-gi-ei-ar’ y entonces se sorprendió mucho y celebró en un gesto exclamatorio como si hubiera resuelto la función Zeta de la Hipótesis de Riemann. Volviéndose, gritó victorioso «¡Trafalgar Square!» y es lo mismo que yo le estaba diciendo. «Trafalgar, not Trafalgar», remarcó puntualizando que el acento iba en la primera a, no en la segunda. Ese había sido el problema: nos habíamos perdido entre un Trafalgar llano y otro agudo. Como si hubiera mucha duda entre ‘trafalgares’ y la acentuación pudiera generar no sé qué polisemia; a veces, los españoles dicen estar ‘constipated’ y en lugar de un catarro, confiesan que encuentran dificultades intestinales para evacuar. Salimos del taxi junto a nuestro hotel en la plaza en la que está erigida la estatua del maldito Nelson. Comprendí que llevaba la flota de nuestro orgullo herido por un acento en la ‘a’, pero no dijimos nada. No le recriminamos que Trafalgar es una palabra aguda y española, que viene del accidente geográfico del tómbolo del mismo nombre al sur de España. Que si no es por el bobo Villeneuve, que se precipitó al salir a luchar, hubiéramos aguantado el asedio en Cádiz en un invierno de poniente de siete flechas y que Nelson acaso se hubiera comido los ‘fucking’ mocos. Y que si no me creía, le podía poner ahora mismo al mismísimo Pérez-Reverte al teléfono para que le explicara cómo se pronuncia y de paso se ciscara en los muertos de la pérfida Albión. Pero me bajé del taxi y me fui.
La lengua puede utilizarse para entenderse si uno quiere y también para pelearse. Lengua de beso o de serpiente: tenemos que elegir. El idioma cooficial español euskera o el español catalán se usan ahora para no entenderse y a uno le ponen un pinganillo como si en lugar de en Mollerusa, el que habla hubiera nacido en Marte. Pradales habla en euskera ante sus compañeros presidentes autonómicos justamente para que no le entiendan y así resulten extraños unos a otros como si en lugar de ser vasco, perteneciera a una tribu ignota de una selva nunca explorada por el hombre blanco. Aquí la lengua nos hace extranjeros siendo todos de la misma patria y, en lugar de para hablar, se usa para la pelea. Se arrojan las palabras y si te dan fuerte, escuecen que no veas, como a mí me escoció Trafalgar y todavía me acuerdo de la ‘mother’ del taxista. Luego está el tono que se usa, claro, en el que si uno no quiere que le entiendan, el otro tampoco comprenderá nada y entonces aparecerá la ofensa. Como esos dos que, cruzándose por la calle, le dice uno al otro «Buenos días», y el otro responde: «Buenos días, tú».