En la madrugada del viernes, la región de Oriente Próximo volvió a ser escenario de una escalada bélica sin precedentes en los últimos años.
Cerca de doscientos cazas israelíes atacaron decenas de objetivos militares y nucleares en Irán. A última hora de la tarde del mismo viernes, Israel reanudó los ataques, evidenciando que la tensión no sólo no disminuye, sino que sigue escalando de manera inquietante.
E Irán respondió a continuación con un ataque masivo con misiles balísticos sobre la capital hebrea.
Benjamin Netanyahu parece haber tomado la determinación de acabar con la amenaza nuclear iraní de una vez por todas. Tel Aviv alega que Irán está a punto de obtener un arma atómica, y por ello ha centrado sus objetivos en las plantas de enriquecimiento de uranio, instalaciones militares y centros de mando del programa nuclear iraní.
El ataque de Israel a Irán es el tercero en poco más de un año. Pero a diferencia de los anteriores (que fueron represalias a ofensivas iraníes), este tercero ha sido mucho más agresivo y letal. Y las bajas que se ha cobrado, mucho más trascendentales: el balance incluye a tres generales y al menos dos científicos del programa nuclear, además de importantes líderes políticos del país.
Las visicitudes diplomáticas recientes han sido determinantes para precipitar el ataque.
Las negociaciones entre Washington y Teherán para cerrar un acuerdo nuclear se han alargado. Y Netanyahu ha aprovechado la oportunidad para actuar antes de que se consumara un posible fracaso diplomático en la reunión de Omán, prevista para hoy.
Por eso, la decisión de Israel puede interpretarse como un desafío a Trump, que declaró el jueves que «prefería el camino más pacífico».
Su estrategia de «paz mediante la fuerza» está muy cuestionada, después de haber demostrado su fracaso en Ucrania, en Gaza y ahora en Irán. El ataque coincide además con el final del plazo de sesenta días que Trump había dado a Teherán para llegar a un acuerdo.
Es innegable que, desde el punto de vista militar y estratégico, Israel ha obtenido algunos beneficios netos con esta operación.
Además, en los últimos quince meses, Irán y su Eje de Resistencia ha sufrido numerosos reveses: el descabezamiento de Hamás en Gaza, el desmantelamiento de Hezbolá en Líbano y la caída de Bashar Al Asad en Siria.
El régimen está tocado, y la percepción de su debilidad es cada vez mayor. Por lo que sus vehementes y apocalípticas amenazas, como las del presidente iraní tras el ataque, resultan cada vez menos creíbles.
Aún así, la teocracia persa se encuentra acorralada. Y cuando el acorralado es un Estado tan fanático, la incertidumbre se multiplica. No cabe esperar del régimen de los ayatolás un sentido de la contención, como ya se está probando, por lo que aumenta el riesgo de una escalada incontrolable.
La operación israelí neutraliza un grave riesgo nuclear a medio plazo, a costa de crear uno aún mayor a corto plazo.
Israel quiere acabar con todos sus enemigos a la vez. Netanyahu parece querer seguir el guion del Líbano, donde en septiembre del año pasado Israel eliminó a toda la cúpula de de Hezbolá. Pero es dudoso que vaya a poder llegar tan lejos con Irán.
No cabe duda de que Tel Aviv ha contribuido a desactivar, al menos temporalmente, una amenaza para su seguridad, para la de la región y para la del mundo. Pero la jugada es muy arriesgada.
Los propios israelíes reconocen que no van a poder terminar con el programa nuclear iraní. A lo sumo, podrán entorpecerlo y retardarlo durante un tiempo.
Pero, como contrapartida, el ataque directo es susceptible de desatar este tipo de inestabilidad de consecuencias imprevisibles, e incluso de provocar ataques contra la propia población israelí como los de este viernes.