Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

  • Si en La Moncloa habitara un Adriano, vale, pero si, como ahora, consigue una mayoría parlamentaria un Calígula, vamos aviados

Existe un acuerdo general sobre la peculiar personalidad de Pedro Sánchez y sus componentes psicopáticos. Por supuesto, todos los presidentes del Gobierno de la Nación del último medio siglo han tenido sus características negativas -y también algunas positivas, por supuesto- y se ha destacado la superficialidad de Adolfo Suárez, el ego desbordante de Felipe González, la incapacidad para la autocrítica de Aznar, la cursilería de Zapatero y la indolencia de Rajoy. Sin embargo, ninguno de los predecesores del actual inquilino de La Moncloa ha despertado la inquietud teñida de temor que suscita el hombre profundamente enamorado de Begoña. Hay algo en ese rostro pétreo, blindado ante cualquier ataque exterior por justificado que esté, en esa capacidad de mentir sin que se altere un músculo facial, en esa sonrisa de suficiencia diabólica en las sesiones de control del Congreso, en esa crueldad helada para dejar caer alfiles, torres y peones a medida que se incineran a su servicio y en esa inaudita carencia del mínimo escrúpulo moral que le permite incurrir en las más abyectas bajezas y en las traiciones más viles con el aire distraído de quién aplasta una mosca, que suscita una mezcla escalofriante de incredulidad, asombro, miedo y repulsión.

Es sobradamente sabido, y me he referido a ello repetidamente, que el éxito de las naciones no depende de su clima, sus recursos naturales, su genética, su situación geográfica o su volumen demográfico, sino básicamente de la calidad y eficacia de sus instituciones. Si éstas funcionan correctamente y tienen los instrumentos necesarios para neutralizar y corregir las insuficiencias, la incompetencia o la venalidad de sus gobernantes, es decir, si están concebidas a prueba de autócratas, desaprensivos y depravados, de tal forma que si caen en manos de rectores inicuos encuentran el camino de la rectificación y de la sustitución de los tiranos o de los ladrones por gente honrada, sensata y atenta al interés común, entonces sus ciudadanos están protegidos frente a posibles abusos de aquellos a los que han votado.

El cuadro desolador que nos agobia sin reposo ni pausa pone en evidencia que el cuerpo hoy agonizante que vio la luz esperanzada hace medio siglo tras el hecho sucesorio, no tiene cura posible sin cirugía mayor y probablemente algún trasplante

Por eso, más allá del estruendo escandaloso de las corruptelas e iniquidades que atenazan a España desde que Sánchez llegó al poder, la recuperación material, ética cultural y social de nuestro país no será posible desde la profundidad del hoyo hediondo en el que está inmerso si no procedemos a una seria y valiente revisión de los fundamentos de la estructura constitucional e institucional del edificio normativo y político que se construyó con mejor voluntad y optimismo que acierto y visión histórica durante la Transición.

La lectura diaria de los titulares de los periódicos, el seguimiento regular de los informativos de las grandes cadenas y de sus programas de análisis y comentario de los bochornosos acontecimientos sucesivos y el buceo en las redes sociales nos demuestran, por más que nos duela y que nos pese, y por mucho que una clase política inercialmente instalada en la costumbre irreflexiva se niegue a reconocer, que el llamado sistema del 78 ha entrado irreversiblemente en fallo multiorgánico. El cuadro desolador que nos agobia sin reposo ni pausa pone en evidencia que el cuerpo hoy agonizante que vio la luz esperanzada hace medio siglo tras el hecho sucesorio, no tiene cura posible sin cirugía mayor y probablemente algún trasplante. La insistencia por parte del principal partido de la oposición en que el problema no es de carácter estructural, sino meramente de mejor gestión y limpieza de comportamientos, ignora la raíz de nuestros desazonadores males y lleva al engaño a millones de ciudadanos cuyo instinto les dice que se tambalean los pilares de nuestra convivencia, pero a los que les falta la guía luminosa de unas elites políticas e intelectuales que, con escasas y honrosas excepciones, reconozcan la naturaleza existencial de las amenazas que nos acechan y propongan sin miedo a la autocrítica los remedios necesarios, por difíciles y arduos que sean.

España está en la UCI

Entre los muchos que se podrían citar, basta fijarse en un rasgo de nuestra arquitectura institucional susceptible de desviaciones letalmente patológicas, tal como ha señalado Guillermo Gortázar en su último libre El cesarismo presidencial. Los mecanismos constitucionales al alcance del jefe del Ejecutivo hacen que en España el ocupante de la cabecera del Consejo de Ministros pueda controlar el poder legislativo, los órganos constitucionales y los organismos reguladores, en particular el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y la Fiscalía General, los medios de comunicación públicos, una buena parte de los privados, las empresas estatales, en no poca medida las grandes corporaciones del IBEX 35 y cualquier instancia de la sociedad civil que se ponga al alcance de sus voraces garras. Si en La Moncloa habitara un Adriano, vale, pero si, como ha venido sucediendo en los últimos siete años, consigue una mayoría parlamentaria un Calígula, vamos aviados.

España está en la UCI y no se conoce organismo humano, salvo casos excepcionales, que aguante dos años en esta condición clínica. La Nación ha de despertar y se ha de alzar democrática, pacífica, pero contundentemente, para sanarse a sí misma. Ese es nuestro deber ciudadano, Ignorarlo no es una opción.