Ignacio Camacho-ABC
- La suerte de Sánchez está en manos de sus tres compañeros de viaje. Depende de ellos a efectos políticos y acaso penales
SI uno fuera el abogado de Santos Cerdán –se llama Martínez Fresneda, es bueno, experto y caro– le recomendaría aferrarse al aforamiento. Para empezar, a un diputado no se le puede investigar, y menos registrar su domicilio, sin que el Supremo pida el suplicatorio y lo conceda el Congreso. Eso permite ganar un tiempo precioso para eliminar posibles pruebas incriminatorias, limpiar ordenadores y teléfonos –pregunten a García Ortiz– o destruir documentos, y por supuesto impide que te puedan meter preso. Pero hay otro importante privilegio, que es el de mantener el derecho al voto y el sueldo, aunque si lo escuchado y leído en las grabaciones de Koldo es cierto no parece que el ex (?) hombre fuerte del PSOE vaya a tener problemas de dinero.
La conservación del acta, que legalmente pertenece a su titular, no al partido, ofrece además otra garantía importante como es el de valor del voto en la apretada correlación de fuerzas parlamentarias. Ábalos puede dar en ese sentido lecciones de interés a su camarada de andanzas. El peso del escaño, crucial en la aprobación de proyectos legislativos con mayorías muy ajustadas, puede volverse un instrumento de presión en determinadas circunstancias y en todo caso constituye por sí solo una amenaza tan poco velada como la de tirar de la manta. En un proceso penal no es igual una fiscalía dura que una blanda, ni da lo mismo que el Gobierno te abandone a tu suerte o te mantenga una mano agarrada.
Cerdán, de momento, ya ha logrado que los socialistas pasen el fin de semana con el aliento contenido. Al hacerse el lonchas –el Dumbo, decía Koldo, el único no aforado del trío– con la prometida renuncia ha enviado un mensaje nítido: puedo hacer más o menos daño según os portéis conmigo. Quizá tras oír a Sánchez su aparente disposición a asumir responsabilidades se haya diluido en un natural instinto autodefensivo. El lunes se sabrá hasta qué punto piensa cargar con la culpa sin hacer ruido, y será posible hacerse una idea de si durante el fin de semana le han hecho llegar promesas de apoyo recíproco. En Moncloa saben que la legislatura cuelga de un hilo y que el trato a Ábalos se presta al agravio comparativo.
Porque a nadie se le escapa que el futuro del presidente está en manos de sus compañeros de viaje en aquel coche que se ha acabado revelando como una caja registradora rodante. El cuarto pasajero depende de ellos a efectos políticos y acaso penales. Ha logrado que su nombre no salga en ninguno de los 490 folios de la UCO, pero habrá más informes y una sola mención en cualquiera de ellos lo pondría en tesitura bastante desagradable. La comparecencia del jueves fue un error grave, primero y sobre todo porque no resultó creíble y después porque mostró demasiado énfasis en su voluntad de salvarse. Mala táctica cuando necesita que sus pretorianos corruptos callen para evitar que el escándalo le alcance.