Pedro Chacón-El Español
  • Todo estaba preparado para que Isabel Díaz Ayuso saliera como salió del paripé de la conferencia de presidentes y pudieran armarse con ello las consabidas victimizaciones de los allí reunidos.

Con motivo de la conferencia de presidentes autonómicos hemos asistido a un episodio que ha dado que hablar más que el resto de actos y propuestas que allí se presentaban: el de que la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, saliera de la sala cuando los presidentes del País Vasco y de Cataluña empezaron a hablar en las lenguas propias de sus comunidades autónomas.

Es más, dados los antecedentes y los concomitantes de la situación actual del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sostenido con ventilación asistida por los partidos nacionalistas en España, cabe muy bien deducir que la reunión estaba confeccionada expresamente para resaltar el elemento simbólico de lo que allí se representaba por encima de cualquier otra voluntad de acuerdo, que de antemano no se buscaba.

Fue Pedro Sánchez, por tanto, el que diseñó el acto para que se tuvieran que usar los pinganillos a la hora de entender a quien hablara en una lengua distinta del español común a todos los reunidos allí.

Se podría decir que todo estaba preparado para que Isabel Díaz Ayuso saliera como salió de aquel paripé y pudieran armarse con ello las consabidas victimizaciones de los allí reunidos.

Entonces, ¿es que Isabel Díaz Ayuso picó el anzuelo y se lo tragó hasta el sedal con su actitud displicente ante las lenguas minoritarias allí expresadas?

Se argumenta que aquello era una demostración simbólica de la variedad lingüística de España y que de lo que se trataba era de respetarla, no de sabotearla.

En efecto, hay un uso simbólico de las lenguas y luego hay un uso comunicativo de ellas. Era lo que decía Ayuso: que tomando el aperitivo, todos los allí reunidos hablaban en español.

Pero que luego, en la reunión formal, había que ponerse el pinganillo.

Todo delirante. Meramente simbólico, sí. En absoluto comunicativo.

Ayuso se negó a seguir la farsa preparada por Sánchez con sus socios nacionalistas y estos pudieron poner el grito en el cielo ante la falta de respeto por las lenguas, representada por la actitud de la presidenta de la Comunidad de Madrid.

Hasta el punto de que el presidente del Gobierno Vasco, Imanol Pradales Gil, uno de los que hicieron uso de su lengua propia, habló de pensárselo la próxima vez para acudir a un evento donde le trataban así.

Y hasta el punto de que el presidente del PP vasco, al recibir a Feijóo en Bilbao al día siguiente, no tuvo por menos que diferenciarse de lo que había hecho la presidenta de Madrid y realizar, por primera vez en su vida política, una declaración en eusquera al efecto.

Pues ya era hora de que se diera cuenta de la importancia simbólica del eusquera un político que, hasta lo de Ayuso, se jactaba de no tener eso en consideración.

Pero puestos a hablar de importancias simbólicas, no cabe la más mínima duda de que hay que respetar todas las lenguas españolas. Está en la Constitución, por otra parte.

Es más, esas lenguas, que son patrimonio de España, están tan protegidas que la que sale perjudicada en las comunidades autónomas con lengua propia es precisamente la lengua común de todos los españoles, que no recibe, ni de lejos, la atención que las administraciones de esas comunidades le otorgan a la lengua propia.

Pero siguiendo con el tema del respeto político. Aquí hay que hacerse una pregunta más. Y es la siguiente.

¿Por qué tenemos que respetar políticamente a un señor, presidente del gobierno vasco, que dice que su única patria es Euskadi, que considera que su primera lengua es el eusquera, cuando resulta que todos sus antepasados son burgaleses, cántabros o vallisoletanos, como es el caso de Imanol Pradales?

Dicho de otro modo, ¿por qué un señor que no respeta, sino que desprecia, ignora y olvida su propio pasado, su propia tradición familiar, sus propios ancestros, tiene que ser respetado políticamente?

Conste que estoy hablando del uso simbólico de nuestro propio pasado, del uso simbólico de nuestra cultura, como se le exigía a Isabel Díaz Ayuso en Pedralbes con los pinganillos.

No hablo del comportamiento personal de nadie, sino justamente del comportamiento de un presidente autonómico en tanto que ejerce esa función política y simbólica, no como persona particular.

¿Por qué es respetable, políticamente hablando, repito, que alguien nos diga, como dijo Imanol Pradales en el último Aberri Eguna, que sus antepasados vascos iban a pescar ballenas a Terranova, cuando sabemos de sobra que sus antepasados reales estaban cosechando trigo o trasladando rebaños de ovejas por los páramos castellanos?

Sabemos que a Imanol Pradales le inculcaron desde pequeño, junto con el propio nombre que le pusieron sus padres (Imanol es el invento de Sabino Arana para llamar a los Manuel de toda la vida y Manuel se llamaba el padre de Imanol), una cultura que no era la suya propia, sino que era la cultura de una corriente ideológica que en el País Vasco ha resultado con el tiempo la dominante, pero no la mayoritaria.

Ese dominio ha venido dado por varios factores, entre los que hay que contar el apoyo constante del Estado español a la ideología nacionalista vasca (pensando que era la única representación legítima de lo vasco); la acción intimidatoria, cuando no físicamente letal hacia cualquier presencia de lo español en suelo vasco por parte del terrorismo de ETA; y el propio desarrollo del nacionalismo, que ha sido capaz de copar las instituciones y la administración vasca en todas sus esferas.

Pero todo ese dominio está sustentado sobre una base social mayoritariamente no eusquérica. Las cifras de población lo demuestran y los índices de apellidos también.

Apellidos que han sido el santo y seña del nacionalismo (hasta la llegada de Imanol Pradales y Aitor Esteban) para dar poder político a sus portadores sobre una sociedad vasca donde, no lo olvidemos, solo el 20% de personas, como mucho, tiene los dos apellidos eusquéricos, mientras que el 30% los tiene mixtos eusquérico-castellanos, y más del 50% no tiene ningún apellido eusquérico, como le pasa a Imanol Pradales Gil.

Por lo tanto, políticamente hablando, o simbólicamente en este caso, no es de recibo que un presidente como Imanol Pradales pida respeto por una lengua y por una cultura que él asumió despreciando, ignorando y olvidando la suya propia.

¿Por qué iba a ser respetable la falta de autenticidad?

¿Por qué iba a ser respetable el olvido metódico, consciente y sistemático de lo que en realidad eres?

Pues eso justamente es lo que representa políticamente hablando el actual presidente del Gobierno vasco, Imanol Pradales Gil, que pide que le respetemos cuando él decide hablar en eusquera a un auditorio mayoritariamente castellano.

Le podemos respetar como persona, sólo faltaba, porque todos somos muy libres de elegir la vida que queremos vivir. Pero que no nos pida que le respetemos política o simbólicamente, como si la opción que él ha tomado, o que le hicieron tomar, fuera deseable y modélica, porque no lo es.

Olvidar las propias raíces, ignorar lo que fueron tus abuelos, ningunear el país de tus ancestros, no es algo admirable ni ejemplar.

Y, por tanto, como lehendakari vasco, Imanol Pradales no está en disposición de pedirnos que le respetemos políticamente, puesto que él no lo hace, para empezar, ni siquiera consigo mismo.