Cuando Fernando Garea le preguntó a Sánchez qué «responsabilidades políticas» iba a asumir tras el informe de la UCO que documenta el funcionamiento, durante una década, de una “organización criminal” liderada por sus dos secretarios de Organización, se mascaba la tragedia.
Hipermaquillado, con el «contour» surcándole los pómulos como si interpretara una película de zombis caribeños, el presidente contestó: «Hay tres, las asumo todas«.
Si no hubiera dicho nada antes, habríamos pensado que iba a anunciar su dimisión como jefe del Gobierno, su dimisión como Secretario General del PSOE y su retirada de la vida política. Lo ocurrido no era para menos.
Pero en una respuesta incorporada de inmediato a la antología de la desvergüenza, aclaró que ya había asumido esas «tres responsabilidades» al cesar a Santos Cerdán, colaborar con la Justicia e informar a la ciudadanía.
O sea, comportándose como lo haría un agente de tráfico al topar con un conductor borracho. Eso es todo.
Si Margarita Robles, Félix Bolaños, José Manuel Albares o Luis Planas continúan formando parte del Gobierno de este individuo después de leer el informe de la UCO y escucharle, no podrán seguir mirándose al espejo de la misma manera. Ni tampoco lo harán los demás.
Porque ninguno de ellos es un bisoño rosicler que pueda alegar sorpresa e ignorancia. Porque la degradación de su entorno no comenzó el jueves.
De hecho, es escalofriante comprobar cómo la historia se repite. Cómo el hoy y el ayer se funden con el anteayer delante de nuestras narices.
El miércoles por la noche Jorge Calabrés resolvió en EL ESPAÑOL uno de los enigmas que todos los buenos periodistas de investigación venían persiguiendo. ¿Quién pagaba a Leire Díez mientras realizaba sus trabajos de fontanería sucia contra la UCO, los jueces y los fiscales que incomodaban al PSOE o a sus socios?
La respuesta iba precedida de una exclamación: ¡Bingo! Porque se trataba nada más y nada menos que de Gaspar Zarrías.
Los cuatro ministros mencionados saben muy bien quién es Gaspar Zarrías. Pero a los jóvenes de la redacción tuvimos que explicarles que se trataba del gran trujimán que durante dos décadas había controlado la maquinaria política de la Junta de Andalucía, mediante los trucos y modales del «socialismo Botejara».
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¿»Socialismo Botejara»? Pues también tuvimos que explicarles a los jóvenes de la redacción que el término procede de «La España de los Botejara», el docudrama de Alfredo Amestoy que emitió TVE en 1978, reflejando las duras vicisitudes de una familia de campesinos extremeños en la década anterior.
¿Entonces, el término es despectivo, equivaldría a hablar de socialismo paleto? En efecto, pero a quien se le ocurrió fue a la «Víbora con Cataratas«.
¿»Víbora con Cataratas»? De nuevo tuvimos que explicarles a los jóvenes de la redacción que así era cómo denominaba Alfonso Guerra al profesor Tierno Galván, líder del PSP, y luego gran alcalde de Madrid.
Era su irónica venganza al desdén clasista de Tierno hacia ese «socialismo Botejara», en el que encuadraba al propio Guerra, y que otras veces identificaba con «el clan de la tortilla» por la foto de una merienda campestre celebrada por Felipe González y sus más afines.
Era el socialismo en pantalón y chaqueta de pana que cuando llegó al poder abrió oportunidades inauditas a pícaros sin apenas formación como Juan Guerra o Luis Roldán, que alcanzó nada menos que la dirección de la Guardia Civil y metió la mano en la caja de la mutualidad de huérfanos.
Tierno Galván habría considerado a Cerdán, Ábalos y Koldo especímenes prototípicos del “socialismo Botejara”
A esa estirpe pertenecía Zarrías, en calidad de consigliere y superfontanero de los presidentes Chaves y Griñán. Sus primeras hazañas incluyen el contorsionismo del doble voto en el Senado con mano y pie, amén del pucherazo en Jaén en las primeras primarias que celebró el PSOE en 1998.
Cualquiera diría que ambos eventos sirvieron de inspiración a Santos Cerdán y Koldo dieciséis años después en el episodio reflejado ahora en el informe de la UCO: «Cuando termine apuntas como que han votado esos dos que te faltan sin que te vea nadie y metes las dos papeletas«.
Tierno les habría considerado, tanto a ellos como a Ábalos, especímenes prototípicos de ese «socialismo Botejara», obsesionado por el beneficio mucho más que por el oficio.
Formaron la «banda del Peugeot» y ahora son tres trileros en apuros, de los que se declara «decepcionado» el señorito para quien se turnaban al volante.
En el caso del pucherazo de Jaén, el Koldo de Zarrías fue un tal Manuel Aguilar que declaró haber introducido 65 papeletas falsas a favor del candidato oficialista, Joaquín Almunia, bajo la promesa de un puesto de trabajo en la Diputación.
Nunca sabremos cuántos votos falsos engrosaron la victoria de Sánchez en las primarias del 14. Su indiferencia le retrata. Es propio del tramposo no inmutarse cuando se descubre una pequeña parte del pastel.
Pero las revelaciones de la UCO han traído a la memoria el episodio de la urna escondida tras una cortina, con la que los sanchistas trataron de evitar en 2016 la destitución de su jefe por el Comité Federal.
También la imagen de Koldo durmiendo poco menos que abrazado a la caja donde estaban depositados los avales de las primarias del 17. Así consta en el «Manual de Resistencia«.
Nadie pasa de la noche a la mañana de ser un político íntegro, a canjear su investidura por la amnistía a Puigdemont.
No, Sánchez no era un “político limpio” cuando se lo dijo a Feijóo en el debate electoral de 2023. Ni siquiera cuando se lo espetó a Rajoy en el de 2015.
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Zarrías nos explicó que había contratado a Leire Díez, a través de su consultora Zaño SL -otro lobby como el de Pepe Blanco pero en pequeño-, para que recopilara «documentación» sobre los ERE, cuando estaba condenado a nueve años de inhabilitación por prevaricación continuada.
La juez Alaya, la Fiscalía Anticorrupción y la Audiencia de Sevilla le atribuyeron el diseño del procedimiento que permitió desviar 679 millones de euros de dinero público al fondo de reptiles que lo repartió arbitrariamente. Algo un poco más serio ya que el doble voto con el pie.
Poco necesitó Zarrías de la ayuda de Leire. Al mes siguiente de su contratación el Tribunal Constitucional, en una de esas «resoluciones judiciales difíciles de entender» que diría Pilar Alegría, anuló su condena igual que la de Chaves y Griñán.
Pero eso no significó que, quien se presentaba como ‘fontanera freelance’ y ha resultado ser ‘fontanera subcontratada’, perdiera ni mucho menos el tiempo.
En esos meses en los que Zarrías pagaba su sueldo, Leire Díez recopiló documentación, sí, pero sobre aquellos a los que el PSOE pretendía desprestigiar, difamar o eliminar civilmente. Incluido el vídeo sexual del fiscal Grinda que ofreció de manera tan atolondrada como repulsiva en la redacción de EL ESPAÑOL.
La tapadera de Zarrías es la prueba definitiva de que Leire Díez trabajaba para Ferraz como parte de la «guerra sucia»
Lo de la subcontrata viene a cuento de la relación estrecha que Zarrías mantiene con su paisano, pupilo político, número dos de Cerdán y actual secretario de Organización en funciones Juanfran Serrano. Y también por la tutela que siempre le ha dispensado su compañera en la Junta de Andalucía María Jesús Montero que no ha mucho se refirió a Zarrías como “un maestro”.
No es difícil imaginar en qué artes la adiestró y tal vez por eso tenga ahora la mano torrefacta, tras haberla puesto en el fuego por Santos Cerdán.
La tapadera de Zarrías es la prueba definitiva de que Leire Díez trabajaba para Ferraz como parte de la «guerra sucia», declarada personalmente por el presidente tras sus cinco días de ‘reflexión enamorada’.
Había que combatir como fuera a la «máquina del fango», la «fachosfera», «la UCO patriótica» y los «jueces prevaricadores». Esa chica sabía como hacerlo, con Dolset y los audios de Villarejo como utensilios.
No es casualidad que fuera Santos Cerdán quien en el Congreso del PSOE de Sevilla -en el que Sánchez se arrogó la exclusiva del «lado bueno de la Historia»- denunciara que el PSOE estaba siendo víctima de una «cacería humana… en tertulias y hasta en sede judicial”.
«Van a por nosotros», clamó entre atronadores aplausos, haciendo creer a los delegados que ponía la venda antes de la herida como socialista, cuando en realidad lo hacía como trincón compulsivo de comisiones de obras públicas.
Será apasionante seguir investigando las conexiones de este comando especial formado por la «fontanera» en un papel muy similar al del fanático Gordon Liddy, reclutador de los asaltantes del hotel Watergate.
Leire Díez tenía un pie en Ferraz pero también otro en la Moncloa. Atención porque el expresidente de la SEPI Vicente Fernández, protegido de Montero, y el empresario Antxon Alonso, testaferro de Cerdán, servían de goznes.
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Pero el esperado informe de la UCO que destapa la corrupción de Santos Cerdán y corrobora la de Ábalos y Koldo nos ha hecho avanzar de repente unas cuantas pantallas, colocándonos ante una tremenda nueva realidad: la de la responsabilidad política que el presidente del Gobierno se negó a asumir el jueves.
Una responsabilidad ineludible. Una responsabilidad imposible de saldar de otra forma que no implique su dimisión inmediata.
Es más, fíjense bien en los políticos, en los periodistas, en los empresarios o agentes sociales en general que no la pidan. Y sobre todo en los que digan lo contrario.
Recuerden sus rostros, apunten sus nombres. O tienen intereses creados que afectan a su poder y su bolsillo, o son rehenes de su fanatismo ideológico o carecen de convicciones democráticas.
Todo mi respeto y compasión hacia este último tercio. La fe en la democracia es un don de la razón y no todos los seres humanos están suficientemente dotados para sentirla y ejercerla.
No sé cuántos millones seremos en España, pero para un demócrata -de izquierdas, de derechas o de centro- la cuestión no tiene vuelta de hoja.
Sus presuntos delitos han supuesto un daño significativo al erario y multiplican la responsabilidad del gobernante
Ni siquiera es necesario subrayar la acumulación de indicios de que Sánchez conocía las actividades criminales de Ábalos y Cerdán y las tapó durante años por lo mucho que les debía a ambos.
Tampoco hace falta invocar la cada vez más alargada sombra de la sospecha de que, como en otras ocasiones, los corruptos robaban a la vez para el partido y se quedaban con la parte alícuota.
Basta con aferrarnos a la versión más favorable para Sánchez. En sus once años como líder del PSOE ha elegido a dos secretarios de Organización -nombrando además a uno de ellos ministro de Fomento- y los dos van camino del banquillo y presumiblemente de la cárcel.
La cuestión debería quedar zanjada por el hecho de que sus presuntos delitos -a diferencia de quien causa lesiones a otro conduciendo borracho o del horror de quien ejerce la violencia contra su pareja- han supuesto un daño significativo al erario y multiplican por tanto la responsabilidad del gobernante que les ha elegido y no les ha vigilado.
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No hay un solo caso en la historia democrática -y desafío a cuantos se sientan aludidos por mi anterior catálogo- que en una situación análoga a la que se encuentra Sánchez no haya dimitido.
El único que intentó aferrarse a un manual de resistencia como el de nuestro presidente fue Richard Nixon. Aguantó quince meses desde que obligó a dimitir a Ábalos y Cerdán, perdón a Erlichman y Haldeman, hasta que salió en helicóptero de la Casa Blanca haciendo una enorme uve con los brazos, tan impostada como el victimismo de Sánchez el jueves.
Fueron quince meses terribles, plagados de traiciones, acusaciones cruzadas y cintas inculpatorias. Así quedó reflejado en la famosa portada de Time que hoy ha servido de inspiración a Javier Muñoz.
Tal fue la degradación de la vida pública norteamericana durante esa agonía que cuando el Congreso invistió a un nuevo presidente republicano, Gerald Ford, para concluir los dos años que quedaban de mandato, sus primeras palabras fueron: “Our long national nightmere is over”.
Aún resuenan esas palabras en mis oídos de aprendiz de reportero: “Nuestra larga pesadilla nacional ha terminado”.
El paralelismo es abrumador. A Nixon le llamaban Tricky Dickie. Ricardito el Tramposo.
Es tan grave lo que ya conocemos, que nuestro tramposo nacional no merece ni siquiera la broma del diminutivo.
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De las cuatro salidas constitucionales a la crisis en la que nos encontramos, tres están en manos de Sánchez: la convocatoria de elecciones anticipadas, el parche de la cuestión de confianza y la dimisión inmediata.
EL ESPAÑOL ha pedido formalmente la dimisión de Sánchez por razones éticas, desligándola de que haya o no elecciones. Pero él la descarta alegando, tramposamente, que es por el bien del “proyecto progresista”.
Puesto que ninguno de sus socios quiere adelantar las urnas, eso descarta también la moción de censura. Feijóo no va a ser tan estúpido de presentarla, por mucho que Abascal le presione tratando de ayudar a la desesperada a que siga Sánchez, para jugar a incendiar la calle.
Así las cosas, lo menos inviable sería que el PSOE pactara con sus socios un nuevo candidato para acabar la legislatura. Los precedentes del relevo de Nixon por Ford, Suárez por Calvo Sotelo o Boris Johnson por Liz Truss no son alentadores en términos partidistas, pero sirvieron para mantener la normalidad institucional en situaciones tan excepcionales como esta.
Si Sánchez tampoco facilita ese relevo, quedará patente que es falso que lo importante para él sea el proyecto. Quedará patente que lo único importante para él… es él mismo.
España quedará entonces bloqueada en un callejón sin salida con un máximo de dos años de caducidad.
Tocará pues volver a pasear arriba y abajo de ese callejón, como hace medio siglo lo hacíamos en los linderos del palacio de El Pardo, a la espera de que el desenlace natural de los acontecimientos políticos acorte la agonía de quien confunde el Estado con su patrimonio.
Ni el presidente de Prisa ni yo pensábamos que en eso iba a consistir conmemorar el cincuentenario de la muerte de Franco. La única duda es si la bandera a media asta la pondrán esta vez en Moncloa o en Ferraz.