Luis Ventoso-El Debate
  • La pobre vicepresidenta se siente «traicionada» por Cerdán, «indignada», pero mantiene a su alto cargo acusado de cobrar a cambio de apañar pleitos fiscales

Marisu Montero está tristísima. Ha perdido su proverbial vitalismo hiperactivo. Se ha comprado el kit de Maquillaje macilento con refuerzo de ojeras del Líder Supremo y con carucha mustia se ha ido a inaugurar una Casa del Pueblo a Écija (Sevilla).

Marisu es vicepresidenta primera, ministra de Hacienda y número dos del PSOE, lo cual debe dar bastante curro. Pero ella disfruta de mogollón de tiempo libre, porque lleva dos años sin elaborar unos presupuestos y la gestión ordinaria es sencilla: gastar sin tasa, pues sabido es que en el «progresismo» el dinero público no es de nadie. Así que entretiene sus días haciendo campaña por su tierra andaluza, toda vez que el Líder Supremo le hizo el regalo envenenado con curare de enviarla allí a estamparse contra Bonilla.

Ay, pobre Marisu. Se la veía desolada en Écija. Ella, persona de un natural sano e inocente, no podía imaginar ni en su peor pesadilla que había golfos en la cúpula de un partido tan honrado como el PSOE (el de Filesa, Roldán, Ábalos… o los ERE, que ella vivió de primera mano en la Junta). Corrupción en el PSOE. Uff… ¡qué sorpresón! ¡Qué sofoco! Se ha quedado lívida con el informe de la UCO y las andanzas de Cerdán y el comandante Ábalos. «Me siento traicionada, estoy indignada», comenta muy afligida la buena de la vicepresidenta ante las cámaras.

Pero en realidad actúa como una perfecta cantamañanas, porque mientras imposta el teatrillo de la sorpresa, mantiene en su cargo al presidente del Tribunal Económico-Administrativo, José Antonio Marco Sanjuán, al que ella misma nombró solo veinte días después de tomar posesión como ministra de Hacienda. Y lo hace cuando esté periódico ha publicado rotundas evidencias de que ese señor se dedica a cobrar sobornos a cambio de solventar pleitos fiscales en el alto tribunal que preside.

El caso, destapado por Alejandro Entrambasaguas, es tan aparatoso que en la última sesión de control en el Congreso hubo tres preguntas directas de diputados del PP a Montero sobre el asunto. Las tres veces se fugó por los cerros de Úbeda, enumerando viejos casos de corrupción del PP para no hablar del que hoy tiene en su propia alfombra. También recurrió a otro tic de este Gobierno que resulta bastante repugnante: insultar con la etiqueta de «seudomedio» a quien publica informaciones incómodas para el poder, que es la razón última del periodismo.

A tenor de lo publicado en El Debate, resulta indudable que la Fiscalía Anticorrupción y las fuerzas de seguridad acabarán haciendo su trabajo, porque no todo el mundo actúa como el PSOE y quedan servidores públicos que defienden el imperio de la ley. Marco Sanjuán finalizará su carrera pública a lo Cerdán, parece indudable. ¿Protagonizará entonces nuestra Marisu de Triana un nuevo circo de inocencia agraviada? ¿Fingirá que nada sabía, como ha hecho con Cerdán?

Cuando la prensa empezó a publicar los puntos oscuros de Cerdán, María Jesús Montero cerró filas con él y rechazó de plano toda sospecha o crítica: «Ambos pertenecemos a la junta directiva del partido, pero además tengo una magnífica relación personal con él. Pongo la mano en el fuego».

Si todos los ministros del PSOE que han puesto la mano en el fuego por golfos del partido solicitan atención médica, en España se va agotar la pomada antiquemaduras.

Señora Montero, está públicamente avisada: tiene a un alto cargo de su organigrama recibiendo sobres por apañar pleitos en el alto tribunal que preside. Pregunta fácil: ¿lo va a echar este mismo lunes… o asistiremos dentro de unas semanas a un nuevo show de «me siento traicionada e indignada»?

El comportamiento de la vicepresidenta, que hace el avestruz ante un caso de corrupción de manual, muestra el auténtico problema de fondo: la inmoralidad sistémica del PSOE. Si en una organización falla una persona resulta lamentable y merecedor de crítica, pero es hasta cierto punto admisible, pues la condición humana es siempre falible. Pero hoy en España sufrimos algo mucho más perverso y pernicioso: una organización que se llama PSOE ha aniquilado la palabra verdad y está dispuesta a todo para preservar sus poltronas.

Así que, señora Montero, ahórrenos por favor la cutre pantomima de la pureza agraviada.