Iñaki Ezkerra-El Correo

La muerte de Frederick Forsyth me ha traído al recuerdo, inevitablemente, su más célebre novela, ‘Chacal’, y la película que estrenó en 1973, solo dos años después de su publicación, el director norteamericano Fred Zinnemann. Como también me ha hecho recordar la reciente serie televisiva del mismo título que interpreta el actor inglés Eddie Redmayne y que nos ofrece una versión entre destajista y ‘yuppie’ de aquel versátil y mudable asesino que encarnaba Edward Fox y que había sido contratado por la OAS para cargarse al presidente De Gaulle. El Chacal de la teleserie, que es una producción italo-británica, dispone de unos sofisticados medios pijo-tecnos que contrastan con el austero repertorio artesanal o la conmovedora limitación de recursos de su ilustre antecesor. Para colmo, tiene una mujer (el papel se lo han dado a la actriz Úrsula Corberó) que no solo parece a simple vista una catalana imitando el acento andaluz sino que es, en efecto, una catalana imitando el acento andaluz.

Las segundas partes o nunca fueron buenas o son siempre operaciones de alto riesgo. Hay memorables excepciones en las que el experimento ha salido bien, pero, para que eso ocurra, debe haber detrás una heroica ambición, como la que le llevó a Adrian Lyne a atreverse a una nueva ‘Lolita’ 35 años después de que Stanley Kubrick estrenara la suya. Si no es con ese afán insensato de desafío, con ese espíritu de excelencia casi épico, no se entiende la manía de los ‘remakes’. ¿Para qué lanzarse a una nueva versión de una película o una serie de gran éxito con un ánimo mediocre y una previa renuncia a la originalidad? Pienso en ‘La Agencia’, la serie norteamericana fabricada en 2024 por los hermanos británicos Butterworth sobre la falsilla de la francesa ‘Oficina de infiltrados’, que en 2015 estrenó Éric Rochant. Su originalidad reside en sustituir la DGSE por la CIA de modo que la gracia que le daban al enamorado Malotru su caradura y su desvalimiento, su humanidad, el genuino toque eurolatino, queda abolida por la cara de cuero, los movimientos de plástico y el mutismo de jugador de póker del Martian que encarna el ‘madelmanizado’ actor germano-irlandés Michael Fassbender. Otro tanto ocurría con ‘El túnel’, la serie británico-francesa que estaba basada en la escandinava ‘El puente’ y que solo servía para que uno echara insoportablemente de menos a la inolvidable detective de Malmö: la desconcertante, querida y aspérgica Saga Norén.