Óscar Monsalvo-Vozpópuli

  • El buen militante del PSOE creerá lo que le digan sus pastores, como siempre ha hecho

Hay que dejar reposar las cosas. Hace una semana el Partido Popular se concentró en Madrid para denunciar la corrupción del Gobierno. Han pasado unos días desde entonces. Ya ha reposado el asunto.

Esta vez los dirigentes populares consideraron que había cierta prisa. No convocaron a sus fieles para después del verano. “Ríndase a la democracia”, le espetó a Sánchez Alberto Feijóo, nuestro Will Kane, siempre bien acompañado ante el peligro de hacer algo útil, de decir algo sólido. Feijóo en realidad es más bien una especie de Ransom Stoddard que no deja de hablar mal de Liberty Valance y a la vez no deja de apelar a la integridad de sus secuaces.

Alguien podría decir que le falta a Feijóo invocar el nombre del PSOE para hacer que Sánchez se rinda. Alguien muy despistado. Porque ya lo ha hecho, claro. En numerosas ocasiones. En cuanto tiene oportunidad. No ha dejado de hacerlo desde que se hizo cargo de esa gestora postsocialista llamada Partido Popular. Ríndase al intachable González, al valiente Page, al tolerante Madina. No traicionen al socialismo histórico y a sus ejemplares actuaciones en la II República, en la Guerra Civil y en la democracia. No traicionen al PSOE de Largo Caballero, de los GAL, de Filesa, al que surfeó con una sonrisa la ola de los atentados del 11M.

No del partido, no del régimen; solo Sánchez. Y seguramente ni siquiera llegará a caer. Porque están en guerra, siguen en guerra, contra el fascismo, los pseudomedios y los jueces corruptos

Mientras tanto, Gabriel Rufián volvía a demostrar que es el auténtico faro moral no de este Gobierno, sino de España. Rufián es un tipo que despierta extrañas simpatías entre la gente; también entre la gente de derechas. Algo así como Aitor Esteban entre la gente de derechas con título universitario, lecturas y conexiones. Rufián es, dicen, un tipo accesible, llano, simpático, con sentido del humor. A mí su tono desenfadado me hace añorar a Jorge de Burgos, el personaje de El nombre de la rosa que rechazaba la risa; se quedaba corto.

Rufián hablaba el miércoles ante la prensa, en los pasillos del Congreso, de una permanente ofensiva bélica del fascismo contra el fiscal general del Estado, contra Mónica Oltra, contra los independentistas. Y, sí; también contra Santos Cerdán. “Creo que el Gobierno tiene que pasar a la ofensiva. Es que están en guerra. Estamos en guerra”.

Al día siguiente se empezó a conocer el informe de Santos Cerdán, y se empezó a cocer la caída controlada de Sanchez. No del partido, no del régimen; solo Sánchez. Y seguramente ni siquiera llegará a caer. Porque están en guerra, siguen en guerra, contra el fascismo, los pseudomedios y los jueces corruptos. El militante del PSOE, con carnet o sin él, creerá que Cerdán es un infiltrado de la ultraderecha, o que nunca fue socialista, o que se dejó corromper por el malvado capitalismo. Creerá lo que le digan sus pastores, como siempre ha hecho. Porque lo primero que se ha creído es que todo forma siempre parte de una conspiración eterna contra lo bueno, que es lo suyo, y contra lo suyo, que siempre es bueno.

Para todo ello han tenido defensores. En el partido, en los periódicos, en las tertulias, en los otros partidos, en el Partido Popular (no tengo ningún interés en ver a Griñán en la cárcel, que decía Feijóo; no reconozco a este PSOE, acaba de decir Moreno Bonilla)

El detonante de esta caída controlada ha sido, de nuevo, lo único que en la política española puede llegar a hacer que se tambalee un Gobierno socialista: el lucro. El robo. Que otro tenga más mediante trampas. La envidia, en el fondo.

Para el socialista de corazón y para el periodista de progreso no fueron suficientes los pactos con los etarras. No fueron suficientes los pactos con quienes dieron un golpe de Estado. No fue suficiente el autoindulto de los ERE. No fue suficiente la manipulación de las primarias. No fue relevante el chivatazo del Faisán. No ha sido suficiente Marruecos, ni Venezuela, ni la transformación de España en un santuario de la inmigración en el que ya no nace nadie. No es importante la pobreza maquillada, los trenes que no llegan a la hora, el apagón que no cesa. Ha dado igual lo que han hecho desde el Tribunal Constitucional, con el CIS, en RTVE. No ha importado que toda esta legislatura haya consistido en una integración del Estado en el partido. Para todo ello han tenido defensores. En el partido, en los periódicos, en las tertulias, en los otros partidos, en el Partido Popular (no tengo ningún interés en ver a Griñán en la cárcel, que decía Feijóo; no reconozco a este PSOE, acaba de decir Moreno Bonilla), en la judicatura, en los sindicatos, en la academia, en la mente y el corazón de los millones de españoles que son, antes que nada, socialistas.

«Verdaderos socialistas»

Ha tenido que ser lo chabacano, lo más irrelevante de todo, lo único inaceptable. Unos que se iban de putas y se repartían comisiones pequeñísimas. Eran ejemplares mientras lo hacían, para quienes sabían que lo hacían. Desde la semana pasada son ya lo peor que puede ser alguien en esta España que no da para más: “no son verdaderos socialistas”.

Debemos recordar qué somos y de dónde venimos para calcular hasta dónde podremos llegar en los próximos meses. En España un Gobierno del PSOE organizó una banda terrorista. Mientras se iba descubriendo la verdad se hablaba de un sindicato del crimen, de una cacería mediática, contra el Gobierno. España siguió votando al PSOE durante un tiempo. El Partido Popular llegó al Gobierno por inercia. Una de las primeras medidas que tomó fue indultar a los únicos dirigentes socialistas condenados por, entre otras cosas, el secuestro de Segundo Marey. “Altura de miras”, lo llamaron. Una apuesta por la centralidad, editorializó El País.

Hay que dejar reposar las cosas, y sobre todo hay que tener calma para no lanzarse hacia las siempre infundadas esperanzas de un cambio real promovido por quienes han levantado este régimen de crímenes, traiciones, indultos y complicidades.