Juan Carlos Girauta-El Debate
  • No es difícil, a la vista de lo que ahora sabemos, imaginar la atmósfera que se respiraba en el Peugeot, el aire denso de los ocho pabellones nasales a todo trapo, urgidos por premuras carnales los unos, alentados otros por una voluntad de poder menos nietzscheana que de patio escolar, cuando alguien te quita el balónn el

Iba creando «una complicidad muy especial» con la cuadrilla del Peugeot. Normal. Le habían echado por ceñirse a su «no es no», lema que tendría por azar su complemento cuando adviniera una ministra podemita de Igualdad con su ley estrella —y estrellada— que dio en llamarse «Sissí», o «Sisí», o «Si-sí», o «Solo sí es sí». Que no es no y que sí es sí han sido las principales aportaciones intelectuales de este período con la izquierda al mando. Pero no nos precipitemos. Estábamos en el momento en que se forjaban las complicidades dentro de un coche, circulando en busca de un apoyo militante que la cúpula le había negado a Don Limpio. No es difícil, a la vista de lo que ahora sabemos, imaginar la atmósfera que se respiraba en el Peugeot, el aire denso de los ocho pabellones nasales a todo trapo, urgidos por premuras carnales los unos, alentados otros por una voluntad de poder menos nietzscheana que de patio escolar, cuando alguien te quita el balón.

Hombres de gramática parda, los tres acompañantes de Don Limpio habían acertado de pleno cuando le alentaron a retomar el mando del partido cabalgando sobre gentes provincianas de carné. El provinciano de carné, cuando este es del PSOE, no se adscribe a sus siglas por razones susceptibles de argumentación, no abraza el puño y la rosa, no alza el puño y la cosa por afinidades que pudiéramos recoger en orden, estructuradas, como un programa electoral parido en la London School of Economics. Hace falta otro enfoque, se precisa otro tipo de sensibilidad para llegar a comprender la adhesión del militante provinciano. Primero está la herencia, una vaga noticia de ser nieto de socialista (como yo lo soy) que perdura entre vaguedades e improbables anécdotas en las conversaciones familiares, por Navidad y cuando la patrona, que de misa sí han sido, y átame la mosca del genocidio católico por el rabo. Ya dije que ahí no hay argumentos. Está, sobre todo, la visión infantil que el cabeza de familia no se quiere plantear fríamente, una que le demostraría cómo su padre, el abuelo, en realidad había sido de la Falange, y cuando llegó Felipe se ilusionó tanto como cuando joven de uniforme.

En los mítines del 82 llevaba su padre un uniforme invisible porque la esperanza de que en España empezara a amanecer había atravesado la historia llevando el yugo y las flechas a través de las décadas, y a los ojos del padre supuestamente socialista la esperanza se llamaba ahora PSOE. No es motivo de vergüenza, le sucedió a innumerables españoles, pero el actual militante de provincias prefiere recordar solo a partir de 1982. Esa España sentimental y olvidadiza, hambrienta de siglas con las que simular la feliz pertenencia a algo, dada a la sobreactuación y al manotazo en la barra, esa España terca y lerda puso a Don Limpio en el lugar que le habían arrebatado los del «no es sí». Y entonces empezó la limpieza de verdad.