Francisco Rosell-El Debate
  • En plena batahola, Sánchez dispara como un pistolero loco en todas las direcciones, incluida la del pianista de este salón del oeste en que ha convertido la política española como extensión de los locales de prostitución de su familia política

Durante el franquismo, el semanario La Codorniz refrendaba ser «la revista más audaz para el lector más inteligente» con secciones como «La cárcel de papel» en la que, con agudeza e ingenio, sorteaba a los torquemadas y ponía entre rejas escritas a quienes, tras un fundamentado juicio, condenaba por sus mentiras o por sus indignidades a modo de reprimenda pública. Ni que decir tiene que el tribunal de La Codorniz habría recluido hoy en su penal a «Noverdad» Sánchez tras hacer de la falsedad el disfraz con el que se ha encaramado a la alta encomienda que usurpa con sus tropelías.

Claro que esa broma torna en inquietud si esa «cárcel de papel» es la de un diario de la relevancia e influencia internacional de The Times. Más si, como ha acaecido este martes, uno de sus editoriales denomina a Sánchez «Don Teflón», apodo del gánster John Gotti, jefe del clan criminal Gambino de Nueva York, por su impunidad judicial embutida en aparatosos trajes de celebridad mediática. No en vano, humilló a varias agencias estatales amedrentando a testigos claves y manipulando a jurados. Sin embargo, ‘Don Teflón’, henchido de ego y de suficiencia, tomó decisiones erróneas que ajaron su aureola de intocable, lo que propició que el FBI lo enchironara de por vida. The Times entiende llegada la hora del adiós de un Sánchez cuyo menguante prestigio se evapora en las cancillerías occidentales. O lo que es lo mismo se ha acabado la fiesta para quien se obceca en no ponerle límite a su alcoholizado abuso de poder y que evoca al dipsómano matrimonio de Días de vino y rosas.

Como muestra de ese estado comatoso, sirva su esperpéntica comparecencia del lunes tras su fin de semana en Quintos de Mora. Cuando los periodistas que le aguardaban hacía cuatro horas habrían tenido toda la razón del mundo para desahogarse con aquello de que «aquí ni se come, ni pare madre», Sánchez los abandona con la palabra en la boca y se marcha arguyendo que son las cinco y aún no ha almorzado el amo. ¿Qué cabía esperar de quien sólo piensa en sí mismo y deambula del «yo estoy bien» tras escapar de una arriada Paiporta a la velocidad del galgo o manifiesta que «esto no va de mí» cuando la banda del Peugeot, salvo él, ha sido pillada por la Guardia Civil? Por eso, el sanchismo no es sólo un problema político, sino clínico, con un psicópata que, como el Ricardo III, de Shakespeare, clama colérico: «Haré otro cadáver del que desobedezca».

Desembarazado de su maquillaje de viudo de sí mismo del jueves, adoptó este lunes el mismo aire pendenciero y matón que hace un año cuando pasó de ser un compungido amante de Teruel tras la imputación de su «consuerte» a anatemizar a sursuncorda al finiquitar su retiro nada espiritual. Así, Sánchez embistió contra sus adversarios, pero también contra sus detractores internos. A los primeros, les instó a pertrecharse para los que se les viene encima, a la par que les apremiaba a presentar una moción de censura; a sus discordes, los emplazó a dar la cara para hacerles la «autocrítica» como Mao purgó, tras alentar «la campaña de las Cien Flores», a los disidentes a los que animó a verbalizar sus diferencias.

Siendo los socialistas tan incorregibles como los peronistas, según advirtió Borges sobre sus compatriotas, era obvio que usaría el viejo recurso, sin su gracia y mordacidad, que Alfonso Guerra al estallar, en febrero de 1990, la zarabanda de su «enmano» Juan, cuando arengó a sus adictos sevillanos con aquello de: «¿Quieren catarsis? Pues catarsis para toos». Aunque el gentío ignorara en su mayoría que diantres significaba el tal término, el «Arfooonso dales cataaarsis» engrosó el glosario de quienes antes lo recibían al grito de «Arfooonso dales caaaña». Pese a ello, en enero de 1991, dimitió de teórico «oyente» en el Consejo de Ministros.

En plena batahola, Sánchez dispara como un pistolero loco en todas las direcciones, incluida la del pianista de este salón del oeste en que ha convertido la política española como extensión de los locales de prostitución de su familia política. En este brete, rebaja la corrupción a «multifactorial», como ha concluido la investigación oficial sobre el Gran Apagón, y coloca un ventilador de grandes aspas sobre la bosta propia para que pringue a los demás favoreciendo el «y tú más». En paralelo, y a la velocidad del rayo, roe la independencia judicial, subordina la policía judicial a su dependiente fiscal general y amordaza a la Prensa crítica ante la resistencia de quienes constituyen los últimos baluartes de la democracia y de la ley en la España sanchista.

Amputado de brazos al perder a sus dos corruptos secretarios de Organización, Ábalos y Cerdán, amén del guardián de sus avales y actor de pucherazos, el aizcolari Koldo García, Sánchez maniobra sistemáticamente con la lógica de la Mafia —a «sottocapo» caído, «sottocapo» puesto—, amén de relativizar una corrupción sistémica que aminora a un par de casos como el doctor Simón los 130.000 muertos del COVID-19. Como ni aprende ni escarmienta, Sánchez ha reemplazado a Cerdán, como antes hizo con Ábalos, con una colaboradora de éste, Ana María Fuentes Pacheco, gerente del PSOE, agraciada como administradora de una autoescuela de Ronda con más de 250.000 euros de fondos de los parados por los saqueadores de los ERE.

De esta guisa, «El último del Peugeot» vuelve a la autoescuela de los ERE tras velar armas, como novicio socialista, en las televisiones en defensa de bandoleros como Chaves y Griñán, junto a una cuarentena de altos cargos. Cuando se diluyó la ridícula teoría de los «cuatro golfos», Sánchez los socorrería con un indulto de «Casa Pumpido», cuya ejecución pende del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, a instancias de la Audiencia de Sevilla. Acorde con la Ley de Conservación de la Materia, «la corrupción, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma».

Ello deja para el arrastre a un PSOE que vaga, cual borracho en pos de una farola, de andarse con remilgos a la hora de citarse a la luz del día con filoetarras y golpistas a que sean estos quienes no quieran retratarse con el apestado Sánchez, aunque no le desecharán como una colilla hasta que apuren la última calada del «Don Teflón» al que The Times encierra en su «cárcel de papel» al equipararlo con el capo del mayor sindicato del crimen de EEUU. Visto lo cual, a Sánchez van a tener que retirarle de su mesa de desayuno, si no lo han hecho ya, la prensa internacional con la que, para desdeñar la española, posaba con Begoña Gómez en la jocoserie «Moncloa: cuatro estaciones» que le montaron sus hagiógrafos como si fuera el «Franco, ese hombre», de Sáenz de Heredia.