Juan Carlos Viloria-El Correo
- Al final, el problema no es el precio, sino la nómina. Y el suelo. Y los impuestos
Cuando Benito Pérez Galdós llegó a Madrid desde su Canarias natal, a mediados del siglo XIX, la capital de España experimentaba una formidable transformación. Pasó de 60.000 habitantes a 540.000 en unas pocas décadas. El problema de la vivienda, ya entonces, era la preocupación básica de las clases trabajadoras. El gigante de la novela realista se instaló en una casa de huéspedes y se dedicó a explorar aquel pueblo grande de corralas y vaquerías, hormigueado en calles estrechas, sucias, y casas con olor a pobreza. Galdós constataba que un Madrid abigarrado solo ofrecía a los miles de inmigrantes buhardillas, desvanes o sotabancos como lo que hoy llamaríamos «alternativa habitacional». El autor de ‘Fortunata y Jacinta’ evoca y describe las corralas o casas de corredor, fincas con cuartos de alquiler en torno a un patio central que era la vivienda popular más típica de entonces. «Cuartos de techo bajo donde llegaba la luz de un patio estrecho, formado de corredores sobrepuestos de los cuales descendía un rumor de colmena, indicando la existencia de pequeñas viviendas o casa celular para pobres».
Otro momento histórico de crisis para la vivienda se produjo en los años posteriores a la Guerra Civil y las masivas migraciones internas del campo a la ciudad. Se fueron afrontado con aquellas grandes promociones del Patronato Nacional de la Vivienda y la Obra Sindical del Hogar, que impulsaron la construcción social a menudo en barriadas planificadas. El régimen levantó más de cuatro millones de viviendas sociales en 14 años (1961-1975), que la mayoría de propietarios conseguía pagar en 8 o 10 años. El que suscribe vivió en París, en la época estudiantil, en una habitación abuhardillada de cuatro metros cuadrados, con lavabo común en el pasillo; años más tarde, en la periferia de Bilbao, en casa compartida con media docena de colegas, roedores y goteras. La nómina no daba para más. Porque, al final de todo, el problema no es el precio, sino la nómina. Y el suelo. Y los impuestos.
El constructor apodado ‘El Pocero’ encontró una fórmula levantando miles de bloques en el páramo de Seseña, a unas decenas de kilómetros de Madrid. Entonces le llovieron las críticas pero con el tiempo se ha demostrado que dio con la tecla. La explosión demográfica de entonces tiene algún paralelismo con la actual en que España ha ganado casi dos millones de habitantes entre 2021 y el primer trimestre de 2025, la mayoría nacidos fuera. Las políticas a favor de la inmigración ya implican la formación de 250.000 nuevos hogares al año, pero se construyen menos de 90.000 viviendas anuales. La solución es sencilla: más suelo y mejores nóminas.