Antonio Elorza-El Correo
- No beneficia a los socios que Sánchez les haga cómplices de su egolatría política
El primer debate político de nuestra historia tuvo lugar en 1792, en torno a la Revolución Francesa. Un capuchino famoso, fray Diego José de Cádiz, compuso unos coplones sobre los horrores revolucionarios, a los que dio réplica con ironía un supuesto soldado, émulo de Samaniego. El fraile remataba su condena profetizando que «tras este infeliz vaivén», París quedaría «cual nuevo Jerusalén». Por su parte, el soldado tranquilizaba a los lectores: «¿Cómo ha de quedar? Muy bien».
En la línea de otras intervenciones suyas, pero llevándolas a un grado máximo de dramatismo, Pedro Sánchez se ha convertido en seguidor de fray Diego en el discurso pronunciado tras la reunión de la Ejecutiva del PSOE. No es ya una cuestión de preferencias y de inconvenientes entre programas políticos. Blanco contra negro. El futuro de España se encuentra ante un dilema: la elección entre el Bien y el Mal, entre el mejor gobierno posible, el suyo, y el de «la peor oposición de nuestra historia», la «ultraderecha». Por eso él va a seguir gobernando, sin ofrecer resquicio alguno -su dimisión, elecciones- para que la Reacción se imponga al Progreso.
Sobre tal posición cabría aprobar que un gobernante quiera lo mejor para su país. No que por su peligrosa condición de ‘capitán’, de timonel, decida sustituir su juicio a la expresión de la voluntad general, por hablar en términos de Rousseau. Piensa y decide por todos. De momento, su dictamen lleva a suprimir toda alternativa a su continuidad en el poder. ¿Por qué va a admitir que el Mal triunfe dentro de dos años en unas elecciones libres?
El discurso apocalíptico se compadece mal con la democracia y más aún en este caso, cuando el presidente no lo exhibe porque la oposición haya cometido una serie de desmanes, sino para cubrir con un tupido velo un gravísimo caso de corrupción registrado en su entorno inmediato. Con mayor crudeza que en otras ocasiones, frente a una realidad que sería preciso encarar, construye un relato basado exclusivamente en su autoridad y en la descalificación de aquellos que se atrevan a cuestionarlo. De modo preventivo apunta aquí a los críticos que lo harán en el Comité Federal. En ese relato de encubrimiento, resulta preciso asumir que la corrupción anidó solo en la secretaría de Organización, por obra de un traidor que le engañó después de una década de servirle lealmente; que bastará con una comisión de investigación cuando una similar nada hizo sobre Ábalos; que el Partido está «limpio», cuando la contaminación ha sido un uso habitual en la gestión del trío del Peugeot; que a un feminista como él «le repugnan» los términos con que estos sujetos se expresaban respecto de toda mujer -incluida la «hijadeputa» (sic) Nadia Calviño, obstáculo a sus trapacerías-, mientras cuando él celebraba la derrota de Yolanda Díaz, decía solo por cariño que quedó «jodida» (sic). Sus evidencias se autodestruyen.
El recital posejecutiva tiene solo una virtud. Clarifica el panorama político, sin que sea necesario ahondar más en los casos Ábalos y Cerdán, salvo en lo que concierne a su suerte penal más o menos grave, y a la dimensión de sus fraudes. A estas alturas, gracias a la UCO, y al rigor documental de Koldo, podemos estar seguros de que existía un núcleo de corrupción en torno al líder máximo, que se había ganado su confianza durante su campaña de propaganda -el grupo del Peugeot-, haciendo sus primeras armas en las primarias de 2014, y que, en compensación de su lealtad, Pedro Sánchez les otorgó un amplio margen de confianza, del cual ellos se habrían aprovechado a fondo. Una ceguera incomprensible.
Hasta ahora, un límite se encuentra definido: no existe prueba alguna de que Sánchez aprobara sus manejos o participara de sus beneficios, lo cual no le exime de responsabilidades, sobre todo una vez que la corrupción de Ábalos quedó al descubierto. Solo ha reaccionado ante hechos probados, tras desencadenar una campaña a fondo contra el fango, los bulos, supuestos montajes conspirativos del PP en su contra. Y el ‘caso Leire’ mostró la intención respecto de la UCO.
El ‘caso Cerdán’ era la ocasión para un gran viraje en su modo de hacer política, sin que fuese necesaria una declaración de amor al PP. Bastaba primero aprovechar el colapso de la banda del Peugeot para retomar una dirección del partido, limpia eso sí de los malos usos en todos los sentidos, desde la corrupción inducida por Cerdán -¿y por él?- a las ‘leires’ encargadas de la guerra sucia. Y en segundo lugar, reconducir la confrontación política a los usos habituales en las democracias, renunciando a la guerra imaginaria que la corrupción interna hacía rentable. Así como ahora cuenta con sus extraños socios para sobrevivir a toda costa, estos habrían aceptado esa normalización. No les beneficia, en especial al PNV, verse convertidos en cómplices de este ejercicio absurdo de egolatría política.
Pero como Mambrú en la canción infantil, Pedro Sánchez ha decidido ir a la guerra.