La imagen de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil entrando ayer viernes en la sede de Ferraz quedará grabada en la memoria colectiva de los españoles como un símbolo de quiebra en la historia reciente del PSOE y, sobre todo, en la trayectoria de Pedro Sánchez.
La de ayer no es la primera vez que los españoles ven a agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado entrando en la sede de un gran partido nacional.
Pero cuando eso ha ocurrido, el desenlace ha sido demoledor para el partido que ocupaba el poder en ese momento.
Basta con recordar el registro de la sede del PP en la calle Génova el 19 de diciembre de 2013, durante la investigación por el caso Bárcenas. Aquella imagen persiguió al Partido Popular hasta las urnas y provocó la pérdida de la mayoría absoluta en 2015, así como la moción de censura de 2018 que desalojó a Mariano Rajoy de la presidencia del Gobierno.
Antes, en los años noventa, la entrada de la policía en la sede del PSOE por el caso Filesa marcó el principio del fin del felipismo y una derrota electoral histórica en 1996.
La lección es clara: ningún partido sobrevive en las urnas después de ver a las fuerzas de seguridad entrando en su casa. La desconfianza cala, la reputación se resquebraja y los ciudadanos dictan sentencia en las urnas.
Hoy, la UCO ha accedido a Ferraz para clonar el correo electrónico de Santos Cerdán, el hasta hace una semana secretario de Organización del PSOE, en el marco del caso Koldo, que investiga la presunta red de comisiones ilegales y contratos amañados en el entorno del Ministerio de Transportes.
La operación, ordenada por el Tribunal Supremo, afecta no sólo al PSOE, sino también al propio Gobierno, con diligencias en el Ministerio de Transportes y en empresas públicas como Adif.
La reacción en el PSOE ha sido de desconcierto y nerviosismo. El partido ha intentado rebajar la gravedad hablando de «normalidad judicial» y de colaboración con la Justicia. Pero la imagen de los agentes entrando en Ferraz es devastadora.
El desconcierto en el PSOE es triple.
Primero, por la propia entrada de la UCO en la sede socialista, un hecho que ningún dirigente del PSOE quería volver a ver tras los precedentes históricos.
Segundo, por la pérdida de control sobre Koldo García y José Luis Ábalos, ambos ya fuera de la disciplina del partido y convertidos en incógnitas peligrosas: nadie sabe qué pueden contar, ni hasta dónde pueden llegar sus revelaciones el próximo lunes, cuando declaren frente al juez.
Tercero, por el silencio de Pedro Sánchez, que hoy ha evitado cualquier comparecencia pública, refugiándose en reuniones privadas mientras la crisis sacudía el corazón del socialismo.
Esa ausencia de explicaciones sólo alimenta la sensación de orfandad y zozobra en las filas socialistas. También revela un peligroso vacío de poder. La falta de liderazgo tanto en el partido como en el Gobierno es evidente, con el presidente centrado únicamente en maniobras y operaciones de propaganda cuyo único objetivo es garantizar su supervivencia política.
El PSOE se enfrenta a una tormenta perfecta. La investigación judicial amenaza con destapar una presunta financiación ilegal del partido y la existencia de una red de favores y mordidas que, según los informes de la UCO, podría haber alcanzado a la propia dirección de Ferraz.
El golpe es doble: reputacional y estructural.
La supervivencia de Sánchez, que hasta ahora ha demostrado una capacidad de resistencia fuera de lo común, empieza a tener un coste insoportable para el PSOE. La historia reciente demuestra que no es posible que ambos sobrevivan a la vez: o sobrevive Sánchez a costa del partido, o el PSOE logra salvarse, pero sólo a cambio de la caída de su líder.
La entrada de la UCO en Ferraz es la fotografía que resume ese dilema y que marcará un antes y un después.
Ayer viernes, en definitiva, la política española asistió a una de esas jornadas que marcan época. La imagen de la UCO en Ferraz perseguirá a Sánchez y al PSOE en las futuras campañas electorales, tanto municipales como autonómicas y generales, pero también en cada debate y en cada decisión.
Es la imagen de una fractura. Y, como la historia enseña, es también el principio del fin para quienes la protagonizan.