Jon Juaristi-ABC

  • Pero están los vascos, menos mal…

Entre las reacciones espasmódicas de los socios de Sánchez, la más reveladora ha sido la del PNV. Por supuesto, los del partido fundado por Sabino Arana Goiri en el Paleolítico Inferior se huelen que el Puto Amo va a intentar sacar adelante como sea ese ilusionante proyecto que todavía le mueve. Pues no es por él, ni siquiera por el PSOE, sino por todo el sublime hatajo de chorizos que le ha sostenido durante estos años. Ese hatajo quiere la revolución. Entiéndase bien, quiere trincar, pero bajo las viejas banderas, empezando por la republicana. El proyecto del sanchismo ha sido siempre la Tercera República española, federal, confederal o bananera, neosoviética o islámica, pero república, con la monarquía en el exilio, Catalunya triunfant, los obispos pidiendo perdón ante las puertas de las prostíbulos y el Templo de la Palabra –como lo definía hace un par de días Mascarillas Armengol– convertido en establo de las Vacas del Pueblo, porque la primera etapa del proceso se ha cumplido satisfactoriamente con la destrucción de la Democracia Parlamentaria y su sustitución por lo que el gran Alejandro Nieto (1930-2023) llamó, en plena pandemia y viéndola venir, la Democracia Callejera. El mismo Gobierno putrefacto que cerró el Parlamento en 2020 lo ha bolivarizado por completo cuatro años después.

Ahora bien, no contaban con el PNV. Nada más conocerse el informe de la UCO sobre Cerdán, el lehendakari Pradales proclamó que la legislatura entraba en una fase imprevisible. Tras anunciar el Saunas que no convocaría elecciones, Aitor Esteban advirtió que no todo vale y que debe haber unas líneas no traspasables. Siempre he dicho que el último partido que defendería a muerte la Constitución de 1978 sería el PNV, porque necesita la Disposición Adicional Primera para seguir chupando del bote. Ojo, no creo que Pradales ni Esteban sean los chupópteros mayores de la Tribu. En realidad, se trata de pringadillos puestos al frente de sendos tinglados perfectamente accesorios en la pingüe Pintxolandia. Tanto el Gobierno Vasco como el Euskadi Buru Batzar son epifenómenos en los que, parafraseando al exsenador Anasagasti, se puede colocar de testaferros a un lehendakari de Burgos (sic) o a un hijo de sorianos, porque el verdadero poder no está ahí sino en los territorios forales y en sus instituciones propias, que es donde residen los derechos históricos reconocidos y amparados por la Constitución todavía vigente y los poderes reales, que básicamente son los mismos ahora que en el Paleolítico Inferior. En esas raciales oligarquías vascónicas de variado pelaje político, dueñas milenarias de vidas y haciendas (eso sí, con el concurso necesario de Imanoles, Aitores y demás comparsa advenediza), está hoy, como hace cien, doscientos o doscientos mil años, el irreductible bastión de la España Eterna.