Mikel Buesa-La Razón
- Los españoles acabamos siendo así los campeones del desempleo, la pobreza infantil, el bienestar recortado y el alargamiento de la edad de emancipación de los jóvenes
Barrida por vientos estériles que emergen de ese universo de los vicios y las virtudes olvidadas instalado entre el palacio de La Moncloa y la sede del partido socialista en la calle Ferraz, la sociedad española se enfrenta a una crisis formidable que amenaza con deshacer el entramado institucional que supo darse, en 1978, al aprobar la Constitución que dio por finiquitado el franquismo. La corrupción, en efecto, ha llegado demasiado lejos sin que Pedro Sánchez haya sido capaz de advertirla –tal vez porque hubiera podido beneficiarse políticamente de ella– y menos aún de atajarla, seguramente porque su orden de prioridades lo ocupa un solo elemento: mantenerse a toda costa en la residencia del poder. Y ahora está deshojando esa margarita que dice sí a todos los que, con él, se alinearon para configurar ese gobierno que, con feliz expresión, Alfredo Pérez Rubalcaba denominó Frankenstein. O sea, un gobierno hecho de despojos humanos y retazos ideológicos mal cosidos entre sí, muchas veces contradictorios y, en todo caso, deseosos de asaltar el marco político establecido para deshacerlo al antojo de unas minorías que sólo tienen hueco en los recovecos del poder regional o local.
En lo económico los síntomas de esa degradación institucional son visibles, aunque estén disimulados por un crecimiento nominal del PIB que casi sólo responde al aumento de la población trabajadora inmigrante, pero que apenas arrastra a la riqueza por habitante. Y así, mientras el consumo público se infla con todo tipo de subsidios, la inversión estatal es incapaz de mantener las carreteras, dar puntualidad a los ferrocarriles u ofertar viviendas protegidas. La inversión privada tampoco remonta lo suficiente, lastrada por el deterioro institucional y la inseguridad jurídica. Todo lo cual se acaba reflejando en una productividad estancada desde la época de la crisis financiera y una renta relativa que se ha ido alejando del promedio europeo. Los españoles acabamos siendo así los campeones del desempleo, la pobreza infantil, el bienestar recortado y el alargamiento de la edad de emancipación de los jóvenes. Estas son las secuelas de esos vientos estériles que surgen de un poder deshilachado en concesiones nacionalistas y tapujos izquierdistas, y braman para perpetuar a Sánchez en el inquilinato de La Moncloa.