Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Ni la prensa de Putin ha llegado a tales niveles de obsequiosidad con el mando y de animadversión contra el disidente

No hemos acabado de conocer los detalles del informe de la UCO sobre Santos Cerdán cuando ya empezamos a echar cuentas del impacto político que pueda tener el famoso pendrive incautado a Ábalos en la ropa interior de una de sus amigas o los informes aún pendientes de la UCO sobre otras líneas de negocio de esta trama de corrupción. La imagen de los agentes entrando en la sede socialista de Ferraz envejecerá tan rápido como otras estampas icónicas de este tiempo final del sanchismo: el enfrentamiento entre Aldama y Dolset, Leire Díez ofreciendo tratos corruptos en nombre de la Fiscalía, María Jesús Montero y Félix Bolaños achicharrándose las manos y la respetabilidad en defensa de Santos Cerdán o el maquillaje gore del propio Pedro Sánchez.

De sobresalto en sobresalto, la conversación pública en España se ha vuelto adicta al escándalo sin que ello signifique que tengamos una democracia de mayor calidad. En este ambiente, cualquier delincuente habilidoso en sus relaciones con los medios, se llame Bárcenas, Villarejo, Aldama o Pérez Dolset, es capaz de dictar el guion de la conversación pública a su antojo. Llevamos años bailando al son que marcan los intereses de este tipo de personajes y distraídos de problemas tan serios como la falta de vivienda, la penosa calidad del empleo o el futuro de las pensiones.

Pero si hemos convertido a delincuentes en guionistas de la actualidad y a jueces y guardias civiles en héroes populares de la lucha contra la corrupción es por el clamoroso fracaso de los mecanismos democráticos de control y rendición de cuentas. Renunciamos a exigir responsabilidades por transgresiones y fraudes políticos, en consecuencia, el único argumento definitivo acaba siendo la responsabilidad penal. Todo acaba en los tribunales porque el resto de poderes y contrapesos han renunciado a cumplir su función. Hoy muchos socialistas se preguntan cómo Santos Cerdán pudo llegar a ser el número dos del PSOE. La respuesta es muy fácil: ellos lo permitieron al seguir ciega y acríticamente el caudillismo de Sánchez.

Si hablamos de la prensa libre, no hay más que recordar aquel sonrojante manifiesto capitaneado por Silvia Intxaurrondo que denunciaba el ataque de la ultraderecha mediática y judicial contra la esposa del presidente del Gobierno. Ni la prensa de Putin ha llegado a tales niveles de obsequiosidad con el mando y de animadversión contra el disidente.

El Consejo de Estado ha entrado en hibernación, que es lo propio en un Estado al que gobierno va desmochando de todos sus atributos. El Banco de España lleva su independencia y la soberbia de su gobernador solo hasta el límite donde no molesten a Pedro Sánchez. La situación de la Fiscalía es tan penosa que necesitará un exorcismo para recuperarse de esta etapa aciaga en la que ha acabado dirigida por un imputado. ¡Y qué decir de este Tribunal Constitucional presidido por Negreira Conde Pumpido con sus magistrados progresistas, conjurados todos contra cualquier tentación de imparcialidad! Cómo señalaba hace un par de días El Roto en su viñeta, las putas son la parte más decente de todo este tinglado.

La peor corrupción de sanchismo no son las comisiones de Santos Cerdán, sino su foto con Puigdemont y lo que ha traído. Quienes callaron o legitimaron aquellos pactos políticos infames y quienes se han beneficiado de ellos ahora tienen que digerir que el sanchismo de sus amores ha resultado ser un estercolero.