Iñaki Ezkerra-El Correo

Tuve la suerte de asistir el pasado 25 de mayo en la Cineteca del centro cultural de Matadero Madrid a la proyección de ‘La mirada oculta’, el extraordinario documental de Carlota Nelson sobre la obra y la figura de la gran fotógrafa española Cristina García Rodero, a la que el Rey acaba de conceder estos días el título de marquesa del Valle de Alcudia. Cristina García Rodero es la sencillez personificada. Es la pura antítesis de las marquesonas de las viñetas de Mingote. Y allí estuvo, en un salón abarrotado de un entregado público, manteniendo un relajado y simpático coloquio con la directora y guionista del filme, en el que contó con naturalidad algunos pormenores de su peripecia existencial y profesional.

La sencillez, sí. Lo que más me llamó la atención de esa película que hace un impresionante repaso por toda su heroica trayectoria vital y artística es la imagen de ella, una mujer menuda, de escasa estatura y aparente fragilidad, colándose con las pesadas cámaras al cuello por todas las fiestas populares del planeta; por las romerías de esa ‘España oculta’ que ya ha desaparecido y que nos reveló en 1989 en un impactante libro que supuso su consagración; por las procesiones religiosas y paganas de Hispanoamérica, de Etiopía, de Haití, de la India… Digo ‘fragilidad aparente’, porque esa imagen esconde una pasión férrea por el arte de atrapar las realidades más insólitas del reino de este mundo; pasión no exenta de grandes peligros, y que se ha costeado ella misma en un noventa por ciento con sus sueldos de profesora en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y en la Facultad de Bellas Artes de la Complutense-

Uno de los lemas de esta luchadora vocacional es que en el arte hay que trabajar sin esperar a los encargos. «Si esperas a los encargos -comentaba en su charla-, se te pasa la vida sin hacer nada de lo que te gusta». Cristina García Rodero no ha esperado nunca a que le encarguen nada, lo que contrasta en una época en que algunos cobran por todo, incluidas las chapuzas. A Cristina trabajar le ha costado dinero y riesgo personal. De hecho, nunca compra joyas de oro porque se las han robado demasiadas veces en esas aventuras laborales y exóticas en las que sigue metida sin descanso a los 75 años. Yo la veo en ese maravilloso documental de Carlota Nelson sorteando pertinazmente los escenarios y multitudes más coloristas, pasando desapercibida mientras realizaba su concienzuda e insobornable misión de captar imágenes e instantes mágicos, como una suerte de espía de la Humanidad, y reconozco el buen criterio de la Casa Real en darle ese título. Aunque más que marquesa del manchego Valle del Alcudia, creo que se merece el de ‘marquesa del planeta’ como lo atestiguan sus fotos.