Miquel Escudero-El Correo

La intolerancia manifestada con vehemencia y bravuconería es compartida por gentes de ideologías antagónicas. Tienen en común pretender saberlo todo, porque todo es simple y elemental, y se sitúan por encima del resto de mortales; con excepción de sus camaradas y siguiendo una estricta jerarquía. Siempre les acompaña un lenguaje totalitario que no admite resquicio ni escucha, que todo lo cose. Se entregan con entusiasmo a un repertorio de frases y lugares comunes, de modo que sus mentes quedan bloqueadas y se expresan de forma rígida y ofensiva con quienes sean declarados sus enemigos. Son un peligro a evitar.

El libanés Gad Saad es un ejemplo de matemático aplicado a otra especialidad, da clases en Canadá de psicología del comportamiento del consumidor. Hace tiempo introdujo el término ‘síndrome parasitario del avestruz’. Con él ha dado en referirse a formas de rechazo de verdades y realidades tan indiscutibles como, por ejemplo, la fuerza de la gravedad; un tipo de pensamiento desordenado por ideas patógenas que no atienden a razones, sino a correlaciones ilusorias y a consignas. Esta instalación vital es contagiosa y se transmite con un aire de altivez y superioridad moral.

Su expansión supone un problema social: al desdeñar la exigencia de verdad arrastran consigo desprecio por la libertad. Las ideas de verdad y de libertad van juntas de la mano, y la falta de una pone en peligro la otra. En ciertos casos, tipos de apariencia tranquila se transforman en violentos, mantienen sus capacidades intelectuales y se insensibilizan a la violencia; experimentan una regresión afectiva y de conducta que resulta peligrosa para todos.