Ignacio Camacho-ABC

  • Este Gobierno tiene la rara habilidad de convertir en antipáticas incluso sus escasas decisiones acertadas

Hacer mal lo (poco) que está bien hecho es una rara habilidad política que sin embargo se ha convertido en especialidad del Gobierno sanchista. No es que acierte a menudo pero las escasas veces que atina las envuelve en manipulación oportunista, sesgo sectario o alharaca propagandística, marcas de la casa a las que es incapaz de renunciar por no estropear su estrategia confrontadora y divisiva. Parece como si le molestase tomar decisiones correctas sin usarlas como armas arrojadizas o como cortinas de humo tras las que ocultar sus frecuentes situaciones críticas. Y con esa forma antipática de gobernar –es un decir–, añadida a su familiaridad con la mentira, ha conseguido que la mitad del país sospeche incluso cuando anuncia una buena noticia.

Lo es, por ejemplo, la del teórico acuerdo con la OTAN para no subir hasta el 5 por ciento del PIB el gasto en defensa. En términos objetivos sería (en condicional) una cuestión pertinente y razonablemente resuelta. Hablamos de 60.000 millones adicionales al año durante al menos una década y que sólo se pueden obtener de tres maneras: con más impuestos, con recortes de servicios públicos esenciales o con más deuda. En cualquier caso con una disminución de la riqueza nacional que comprometería no sólo al actual Ejecutivo sino a los que le sucedan. Ni ese dineral se saca sólo eliminando grasa administrativa superflua ni está nada claro que los españoles comprendan la exigencia europea.

Pero Sánchez se traicionaría a sí mismo si alguna vez completara un buen trabajo. Es decir, si sometiera el asunto al debate parlamentario y hablase con la oposición de lo que al fin y al cabo es una inversión que por su naturaleza requiere un pacto de Estado a largo plazo. En lugar de ello ofrece un porcentaje falso y presenta como un compromiso bilateral cerrado una abstracta promesa de flexibilidad pendiente de aprobación en la cumbre del Tratado atlántico. Se apunta precipitadamente un éxito de iniciativa y liderazgo con el que alejarse de la sombra de los escándalos mientras soslaya u oculta que actúa bajo la presión de sus aliados y que de todas formas tiene atadas las manos porque ni siquiera dispone de un vago proyecto presupuestario.

Tampoco podía faltar el gesto de desafío, la peineta a Trump para presumir de progresismo a costa de correr un prescindible riesgo arancelario tan gratuito como fácil de imaginar si te enfrentas a un tipo acostumbrado a funcionar a base de espasmos coercitivos. Otro gesto de populista típico, siempre dispuesto al señalamiento de enemigos reales o ficticios, y un rasgo definitorio de la psicología de un narciso. Así es su estilo: retador, mendaz, cismático, remiso a dejar pasar una mínima oportunidad de conflicto. Esta soltura para hacer mal el bien y bien el mal podría constituir el epitafio de este aciago ciclo político… cuando sea que le llegue el finiquito.