Rafael Bengoa-El Correo
- La Sanidad ofrece suficientes denominadores comunes para que Euskadi sea pionera en devolver a ciudadanos y profesionales la confianza en el sector público
No solo ha envejecido la población; Osakidezta también. A pesar de esa fragilidad, sigue prestando una medicina de primer nivel gracias a sus profesionales. Sin embargo, las tensiones sobre el sistema exigen un cambio. Es un reto que corresponde a todos los partidos. Para rejuvenecerlo es necesario el pacto político por la salud desarrollado por el Gobierno vasco.
Después de haber trabajado para numerosos gobiernos de diferentes partidos, tanto a nivel nacional como internacional, puedo confirmar que los problemas de la sanidad y los servicios sociales son siempre los mismos. Las soluciones también se parecen. La salud raramente es un simple asunto clínico, registra una serie de problemas entrelazados de tipo social, económico y político. Por ello, ese diagnóstico lo comparten todos los partidos y no solo los que están en el Gobierno. Por ello, llegar a un pacto político es una forma eficaz de avanzar.
Por razones políticas obvias, el pacto no provendrá del polarizado ámbito nacional. Ya no se puede esperar. Conviene lograrlo en el ámbito autonómico y así salir del ‘impasse’. Es necesario actuar con rapidez porque en esta década ha habido una revolución en la medicina y está empezando a ser mucho más complejo aplicarla en el siglo XXI con la organización del siglo pasado. En otros países, el pacto político ha impulsado el fortalecimiento de su sanidad y su sector social.
Desde el principio, los valores que rigen las decisiones estratégicas en Sanidad en Euskadi no han cambiado y es preciso mantenerlos en esta siguiente etapa, especialmente aquellos que promuevan la equidad, la universalidad y la calidad, que solo se pueden lograr desde un enfoque eminentemente público. Ya se hizo hace treinta años sobre la base de la estrategia Osasuna Zainduz que modernizaba Osakidetza y que fue aprobada por el Parlamento vasco. Ahora debemos ir más lejos.
En otros países, un pacto político para la sanidad ha permitido consensuar entre los partidos cómo avanzar en este siglo. Los ciudadanos votan para que los políticos se entiendan, para que la cooperación les guíe en aquellos temas estratégicos que conciernen a toda la población y no en los problemas de los propios políticos. Osakidetza debe seguir siendo uno de esos ejes estratégicos. Conviene recordar que en otros países no se levantó nadie de la mesa de negociación, porque saben que todos comparten la responsabilidad de fortalecer su sanidad y que es un problema común a todos los partidos, sindicatos y asociaciones de pacientes.
En ese ámbito internacional se debate también cómo identificar un equilibrio entre lo público y lo privado. En Euskadi siempre se ha mantenido un balance estable y todos los gobiernos han ido probando que ese equilibro es gestionable incluso en la dura realidad de hoy. El reto actual no es ideológico, sino de comprender una realidad: que desde el covid se ha producido un éxodo de pacientes al aseguramiento privado y que eso no se arregla, ni aquí ni en ningún lado, poniendo barreras a lo que prefieren los ciudadanos, sino reforzando el sector público, en este caso Osakidetza. Los ciudadanos se quedarán allí donde se les atiende bien y con rapidez y no es posible decirles lo que tienen que hacer vía regulación.
La crisis de los profesionales de la salud es un problema de orden global. En Osakidetza se ha debido a una falta de planificación histórica del ámbito nacional, pero también se expresa a través del silencioso éxodo de los trabajadores de la salud hacia el sector privado. Esas salidas, tanto de pacientes como de profesionales, no deben ser la ‘nueva normalidad’. Osakidetza debe enfrentarse también a esa realidad y lo último que hay que hacer es poner barreras, barreras que incentiven tanto a los ciudadanos como a los profesionales para alejarse del Sistema Vasco de Salud.
La aplicación de cualquier estrategia en el pacto por la salud (más seguridad clínica, más apoyo a crónicos, más voz para el paciente, más tecnología, más prevención, más coordinación con lo social…) no dependerá solo de más recursos sino del acierto con el que se maneje el factor humano. Llevar a la práctica el contenido del pacto por la salud será complejo. Sin embargo, es interesante constatar cómo el propio proceso de acuerdo ayudará a su desarrollo, apoyándose en un principio de nuevo diálogo a través de un mecanismo de seguimiento común de los avances.
No se trata ingenuamente de endulzar las asperezas de la política y que desaparezcan la diferencias entre los actores concernidos. Estos pactos no serán operativos en todos los sectores ya que la propia política es una ocupación que intrínsecamente necesita la diferencia. Sin embargo, en Sanidad existen suficientes denominadores comunes para que Euskadi sea la pionera en esta forma de avanzar y, lo más importante, recuperar la confianza de la población y de los profesionales en el sector público y en Osakidetza.