Miquel Giménez-Vozpópuli
- Tenemos fotos de Sánchez entrando en Moncloa con todo el personal aplaudiéndole
Todos guardamos algún álbum de fotos. En el teléfono móvil, en uno de esos con anillas, incluso en cajas de zapatos. Casi nunca miramos las imágenes que un día captamos, quien sabe si por deseo de inmortalizarnos, quien sabe si por dejar constancia de que nosotros fuimos, quien sabe si por esa fútil ambición que tiene el ser humano en dejar un recuerdo para los que han de venir. Pero esas colecciones de fotografías son algo más que los recordatorios, especialmente cuando ya tienes una edad, de lo pasado. Son un retrato del propio fotografiado.
En el caso de Sánchez, un narcisista de libro, su álbum debe ser extensísimo, abundante, repleto de momentos, gentes y lugares. Pero mucho nos tememos que, entre las fotografías que estará borrando para que no se le relacione con Koldo, con Ábalos, con Santos Cerdán, con Aldama o, a lo peor, incluso con Begoña, y aquellas otras en las que no queda demasiado bien poco testimonio gráfico va a quedarle al presidente.
Ahí tenemos, por empezar, la fotografía de él junto a su primer gobierno en las escaleras de Moncloa. Fotografía típica, pero no en su caso porque ahí estaba con aquellos podemitas de los que había dicho que no podría pactar con ellos y conciliar el sueño. Si desde entonces ha dormido o no es una cosa de Sánchez. Lo cierto es que somos los españoles quienes no pegamos ojo por culpa de él y sus aliados.
Hay muchas más imágenes: la de Sánchez persiguiendo a Biden por los pasillos de Bruselas, la de Trump indicándole con gesto enérgico y cara de malas pulgas que se siente
Otra fotografía curiosa es la de él huyendo de Paiporta ante la indignación de los vecinos afectados por el desastre de la DANA y que todavía están esperando la ayuda del gobierno. Aquella cara, entre crispada y acobardada, es la mejor descripción del personaje que pueda hacerse. Tenemos fotos de Sánchez entrando en Moncloa con todo el personal aplaudiéndole, como si fuera la reencarnación de aquel Julio César que regresaba victorioso tras una de sus brillantes campañas. La diferencia estriba en que al lado del César había un esclavo que le susurraba “Memento Mori”, recuerda que has de morir. Pero, ¿quién iba osaría decirle tal cosa a Sánchez sin exponerse a quedar cesante y marginado? Nadie.
Hay muchas más imágenes, por descontado: la de Sánchez persiguiendo a Biden por los pasillos de Bruselas, la de Trump indicándole con gesto enérgico y cara de malas pulgas que se siente, Sánchez intentando situarse junto a los reyes siendo advertido por Protocolo que ese no era su sitio, Sánchez recibiendo al Rey con las manos en los bolsillos o la más reciente de Sánchez con maquillaje de película expresionista alemana marcando pómulos dignos de Cesare, el discípulo del Doctor Caligari.
Pero la que más nos ha impactado de todas, y son muchas donde escoger, quizá sea la de la última reunión de la OTAN. Sánchez está en un extremo, solo, aislado, sin nadie, como un camarero que aguarda que acaben de para servirles unos refrescos, Pocas veces una cámara ha captado mejor el alma del objeto que fotografiaba. La sensación del aislamiento más duro, más descarnado, más total, preside esa imagen en la que el interfecto parece no darse cuenta de nada – y si se da, le importa una higa – mientras se empeña en aparecer en una foto en la que ya no tiene lugar ni forma parte de la misma.
Magro álbum de fotos del presidente, que confirma lo que dijo Publio Sirio: quién sólo vive para sí, está muerto para los demás.