Carlos Souto-Vozpópuli
- Un mantra usado hasta el hartazgo por la izquierda populista latinoamericana
Cuando ya no queda argumento político, ni épica de gestión, ni siquiera una consigna original, lo que queda es copiar. Repetir. Insistir con el último recurso: el sentimentalismo en eslogan. “El amor vence al odio” es exactamente eso. Un mantra usado hasta el hartazgo por la izquierda populista latinoamericana que, curiosamente, ha cruzado el Atlántico para instalarse ahora en la boca de José Luis Rodríguez Zapatero. Con gesto mesiánico, el expresidente español animó a las bases del PSOE con esta consigna reciclada, en una reciente entrevista.
Presentándola como un acto de fe democrática. La pronunció sin rubor, como si fuera una revelación inédita. Pero para cualquier observador atento de la política latinoamericana no es más que un déjà vu.
La serie podría llamarse: De Argentina a Caracas, pasando por México, Brasil y Colombia y en ese trencito amoroso, Zapatero sube a España y se la lleva a pasear a contramano de la democracia y del mundo libre.
Eso sí, ha sabido asociarse con frescura con los de aquí y con los de allá. Prefieren a un santo de día feriado como centro administrativo porque no confían en los venezolanos. Los generales son traicioneros y Zapatero si no lo sabe lo intuye. Además, sabe que esta vez va por todas y lo que signifique de ahora en más aquí en España ya no le importa.
Cuando ya no se podía hablar de economía, ni de transparencia, ni de institucionalidad, se apelaba al amor. Amor que, casualmente, siempre era profesado por los que robaban
En Argentina, “el amor vence al odio” fue la piedra angular de la retórica kirchnerista tardía. Cristina Fernández de Kirchner la pronunció así cuando la lanzaron. “Vale la pena luchar, porque el amor vence al odio.”
En redes, la frase fue repetida hasta la extenuación por cuentas oficiales y militantes. Fue impresa en carteles, camisetas y hasta coreografiada en marchas “espontáneas” de apoyo a la expresidenta cada vez que la Justicia avanzaba en alguna de sus causas. No era una estrategia política: era un refugio emocional. Cuando ya no se podía hablar de economía, ni de transparencia, ni de institucionalidad, se apelaba al amor. Amor que, casualmente, siempre era profesado por los que robaban, no por los que pagaban impuestos.
La consigna, claro está, no es argentina. Es bolivariana. Chávez la pronunció en 2012, en plena campaña contra Henrique Capriles: “El amor puede más que el odio. Somos los hijos del amor, no de la violencia.”
Lula la adoptó en su retorno a la presidencia con un tono casi bíblico: “O amor vencerá o ódio e o Brasil será feliz de novo.” Y hasta Evo Morales y Rafael Correa recurrieron a variaciones similares, en sus momentos de declive. Cuando las urnas empezaban a castigar, el amor aparecía mágicamente como argumento último.
Por eso sorprende —o no tanto— que ahora sea Zapatero quien recupere la frase para la política española. Y lo hace, además, en un momento de profundo descrédito institucional del sanchismo y del PSOE, asediado por casos de corrupción, pactos inconfesables y un desconcierto social creciente. ¿No les quedaba otro slogan? ¿Ninguno? ¿Ni un “sí se puede” reciclado? ¿Ni una rima con igualdad? Solo aplicar el manual del Foro de San Pablo a rajatabla.
¿De qué amor habla exactamente Zapatero? Del amor a quiénes, o a qué, del amor al oro, al petróleo, al pueblo, a su familia, de qué amor habla Zapatero, con qué autoridad moral puede ser quien aporte a la conversación pública un concepto como el del amor.
No es inocente. Zapatero, más que un ex, es hoy el puente de plata entre el socialismo español y el populismo latinoamericano. No solo traduce el idioma ideológico, también importa leyes. Fue defensor del proyecto de regulación de medios basados en el “control democrático de la información”, eufemismo que recuerda peligrosamente a la Ley Mordaza chavista o a la Ley de Medios K, importada por Argentina; copiada de Venezuela, en 2010.
No permite matices, ni objeciones, ni alternativas. El que disiente, odia. El que critica, odia. El que investiga, odia. Y el que gobierna, ama. Así de simple. Así de totalitario.
Ese mismo guion es el que está intentando adaptar en España, con propuestas de monitoreo institucional a la prensa libre, de censura blanda a través de subvenciones, y de construcción de una verdad oficial en base al consenso emocional. Eso se llama usar el sentimentalismo como arma.
El problema no es solo que se copie una frase. El problema es que “el amor vence al odio” no es una frase: es una trampa. Apela a una verdad incontestable (¿quién podría oponerse al amor?) para clausurar el debate. No permite matices, ni objeciones, ni alternativas. El que disiente, odia. El que critica, odia. El que investiga, odia. Y el que gobierna, ama. Así de simple. Así de totalitario.
Cuando un gobierno dice que ama, pero reprime protestas, calla periodistas, paga prostitutas con fondos públicos o premia la ineficiencia con subsidios eternos, no está amando: está gobernando con cinismo. Y cuando alguien como Zapatero adopta ese eslogan como bandera, lo que está haciendo es legitimar esa operación política disfrazada de emoción.
Señor Zapatero, el amor no vence al odio cuando usted está al frente del odio.
Cuando justifica, importa, adapta o calla frente a los atropellos de sus aliados latinoamericanos. El amor no se declama, se demuestra. Y usted no lo está demostrando, literalmente, copiando lo peor de lo malo. El slogan final del “Socialismo del siglo XXI”