Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez ha visto en el enfrentamiento con Trump un método de recuperar adeptos y está decidido a llevarlo al extremo

La derecha política y sociológica se equivocará si entra al trapo del debate sobre el gasto en defensa. Primero porque por una vez Sánchez lleva razón, aunque la falta de costumbre le impide saber tenerla y le empuja a usarla como gatera para huir de su insostenible situación interna. Pero la tiene porque ese incremento es inasumible sin desequilibrar nuestra ya maltrecha estructura financiera y sólo se puede llevar a cabo a costa de subir impuestos, recortar prestaciones o contraer más deuda. En segundo lugar, porque al PP también le conviene ponerse de perfil en esta materia y permitir que el presidente se la deje resuelta para cuando llegue al poder, si es que llega, en vez de enredarse con una polémica cuyo alcance es probable que buena parte de la población no comprenda. Y por último, porque si el Gobierno se niega a hablar de este asunto con la oposición le corresponde enfrentarse solo al problema y componérselas como mejor pueda.

Por lo demás, ya iba siendo hora de que los aliados internacionales de la UE y la OTAN experimenten en carne propia los métodos que Pedro lleva siete años empleando con sus compatriotas. Por aquí hace tiempo que sabemos que sus intereses personales son lo único que le importa y el fin al que subordina cualquier cosa. Vive de la maniobra escapatoria y no sabe comportarse de otra forma. Ha atisbado en el enfrentamiento con Trump una manera de recuperar adeptos en su peor momento, y está decidido a llevarlo al extremo para presentarse ante los suyos como el último resistente progresista europeo. Tonto no es; ha visto cómo las amenazas y/o represalias del líder americano han impulsado en Canadá o Dinamarca el voto a los dirigentes que se le han opuesto y sueña con su ejemplo. Necesita un relato, un tema de conversación ajeno al cerco cada vez más estrecho del Tribunal Supremo. Y está a punto de encontrarlo si los adversarios muerden el anzuelo.

Morderlo significa tomar parte en el conflicto y aparecer ante la opinión pública como adláteres del trumpismo, un papel que por ende ya se ha autoadjudicado Vox para hacerse sitio. Todo lo que sea alejarse de la corrupción y el putiferio añadido redundará en beneficio del sanchismo. El jefe del Ejecutivo está perdiendo la confianza de sus sectores sociales de apoyo, tiene grietas abiertas en el partido y hasta sus terminales mediáticas habituales empiezan a desmarcarse del seguidismo propagandístico. Sus posibilidades de remontar el declive pasan por lograr que la oposición desvíe el tiro y le proporcione un resquicio por el que procurarse algo de alivio. En el fondo, y aunque su postura sea razonable en términos objetivos, le da igual el dos por ciento de inversión militar que el tres o el cinco: lo que busca es un error no forzado de los populares, un ataque fallido. Un debate que ganar, una dosis de oxígeno con la que salir del estado crítico.