- En su deriva autocrática, Sánchez asume los postulados de la «Alianza Frankenstein» con Zapatero como comisionado (y comisionista) al modo de los comisarios soviéticos que coadyuvaron al PSOE a transitar de grupo reformista a revolucionario rompiendo la legalidad «cuando ha habido necesidad», según Largo Caballero
En parangón con el Tribunal Constitucional de la satrapía venezolana, Cándido Conde-Pumpido y sus persas, evocando el manifiesto favorable al felón Fernando VII y contra la primera Carta Magna española, se despacharon ayer un dizque fallo que, en la práctica, legaliza la prostitución política. La hace al avalar una amnistía no contemplada por la Ley de Leyes por así rechazarlo entonces los padres fundadores y por la que Sánchez compró su investidura en un acto de corrupción máxima. Cándido, El Apóstata, lo ha hecho a calzón quitado y a toda prisa. Sin esperar al veredicto del Tribunal de Justicia de la UE tras las alegaciones de la Comisión que suponen un obús contra la línea de flotación de una simonía que vulnera también la legislación comunitaria. No en vano, según arguye, es una «autoamnistía» en la que los intereses generales se postergan en lucro personal de quien es presidente tras amnistiar al prófugo Puigdemont como moneda de cambio de los votos de sus 7 diputados. ¡Una vergoña!
Tratando de salvar su negra honrilla, Felipe González declaraba ayer que jamás volverá a votar a quien le traicionó desde primera hora, pero ha aguardado demasiado tras abrazarlo en el XL congreso que lo reeligió en 2021 en Valencia. Al flamenco González le habría dicho Caracol El del Bulto, padre de Manolo Caracol y mozo de estoques de Joselito El Gallo, «Felipe, ese roneo, cojones, en Despeñaperros». Fue lo que le largó al expreso que le trasladó con horas de demora de Sevilla a Madrid y que, al apearse, pegó un rebufo de vapor que le empapó su elegante traje.
Un par de mañanas antes, Alfonso Guerra fue más lejos que González al interpelar a Pumpido como el que abofetea a un descarado: «¿Sabe el presidente de este tribunal que es una ley de amnistía redactada por un sicario y un forajido?». Quien negoció la constitución mano a mano con Abril Martorell sugería una prevaricación a sabiendas de quien ha andado en los pucheros de la gracia de Sánchez a Puigdemont. Ha operado con la misma desvergüenza de aquel exalto cargo de Chaves que, al ser promovido a la Cámara de Cuentas andaluza, exigió a sus compadres del PSOE auditar su gestión por conocérsela -¡y tanto!- al dedillo: «Yo guisé la paella, yo me la como». El TC sanchista no podía homenajear mejor al putiferio de «bandidos y macarras» (Guerra dixit) de Sánchez que con la autoamnistía de Casa Pumpido. Bajo la bandera de finiquitar la corrupción y abolir la prostitución, España es hoy un muladar con quien saca pecho por ser el apestado de Europa tras quedar en la cumbre de la OTAN en La Haya como el peor de los concursantes españoles en Eurovisión. «¿Quién maneja mi barca?», tarareaba Remedios Amaya, con sus cero puntos en 1983, y tanto monta quien reivindica su capitanía con su Titanic zozobrando en el fangal.
Para más inri, la «autoamnistía» no sólo borra el delito capital de los golpistas y se lo endosa a quienes combatieron la rebelión a instancias de un Sánchez que apremiaba al timorato Rajoy a aplicar el artículo 155, sino que anula la Constitución y dota «de facto» a Sánchez de atribuciones plenipotenciarias cual monarca republicano. Tras ser frenado por la anterior mayoría del TC, con Pumpido poniendo a caldo a sus compañeros en un voto particular que lo retrató como un porquero, el «Plasmado» de La Moncloa remata la estrategia entrevista con su uso perverso del estado de alarma en la pandemia del Covid-19 en una extralimitación de funciones rayana en una «dictadura constitucional». Por esa vía, Carl Schmitt, arquitecto legal del nazismo, hizo transitar a Alemania de la democracia al totalitarismo a través del artículo 48 de la Constitución que confería al presidente del Reich la potestad de «suspender en todo o en parte los derechos fundamentales». Hitler arrasó la Constitución con esa ley habilitante ante la impotencia del presidente Hindenburg al que ni tuvo que derrocar.
En su deriva autocrática, Sánchez asume los postulados de la «Alianza Frankenstein» con Zapatero como comisionado (y comisionista) al modo de los comisarios soviéticos que coadyuvaron al PSOE a transitar de grupo reformista a revolucionario rompiendo la legalidad «cuando ha habido necesidad», según Largo Caballero. Si como fiscal general de Zapatero se manchó la toga con el polvo del camino para librar a los nuevos socios etarras del PSOE -ayer encapuchados y hoy descapuchados-, acaudillando la facción izquierdista del TC, Pumpido perpetra una desviación de poder no sólo para rédito golpista, si no para un autogolpe contra el orden constitucional que, desde ahora, queda al albur de la mayoría gobernante, aunque sea por un sufragio. Con este dispensario de bulas, será legal lo que le pete a «Noverdad» Sánchez con la venía de quien ha mutado, sin pasar por Cortes ni referéndum, un órgano político como el TC en máxima instancia judicial con su «constructivismo jurídico» contra el Tribunal Supremo y la Constitución.
Esta contrarreforma constitucional por estos villanos custodios de la Ley de Leyes -a tal señor, tal honor- ejemplifica cómo se destruyen las democracias desde dentro con la avenencia de biempensantes que discurren que «Aquí eso no puede suceder» poniendo cara de besugo camino del horno. Todo ello a base de pequeños pasos, en apariencia insignificantes, hasta hacer tragar sus tropelías en finas rodajas. Si el procés fue un golpe institucional desde el Palacio de la Generalitat extendido a toda la nación, este «proceso español» desde La Moncloa subsume a los otros poderes del Estado en adminículos al servicio de quien, en su desbocada ambición, empuja a España por el despeñadero.
Tal delito de lesa patria hubiera reportado en otra democracia un proceso de destitución del presidente. Empero, Pumpido y sus persas, al demoler la Carta Magna, proveen a Don Teflón de un Estatuto de Déspota con sentencias de encaje como esta «autoamnistía» de Don Pumpido. Y no será porque, viendo el burro venir, no se avizoraran las patadas que propinaría el rucio.